Alfonso Ussía
Británica decepción
Me han decepcionado los separatistas escoceses. No han sabido digerir con elegancia la derrota. Y Salmond,que parecía un hombre educado y demócrata, actúa como si de Mas o Junqueras se tratara. Violencia en Glasgow, armonía en Edimburgo. Esperaba otro modelo de reacción. Un escocés independentista no puede comportarse como si estuviera poseído por el espíritu de la Forcadell, la Rahola o la monja coñazo, la tucumana que ha roto en payasa televisiva. Entre otros motivos, porque un escocés, de acuerdo con la Historia y no con la manipulación de la misma, sí tiene motivos para desear la independencia. Escocia fue nación y Reino. Con la votación del pasado jueves, todos han ganado y todos han perdido, ingleses y escoceses, y se han abierto grietas latinas en sus relaciones.
El Reino Unido principió su pérdida de personalidad cuando falleció en París Diana Spencer. Su entierro nada tuvo que envidiar en lágrimas y jipidos al de cualquier folclórica española. Los británicos han sido tradicionalmente, por aquello de la buena educación, muy medidos en la expresión de la tristeza. Llorar en público por un difunto al que no se ha conocido personalmente en vida es una dejación de la voluntad fronteriza con la ordinariez. Otra cosa es el sollozo unánime que procura la indignación social como consecuencia de hechos brutales contra inocentes. Los atentados terroristas. Pero en el caso de Diana Spencer no se dieron tan terribles circunstancias. Y el pueblo británico se mostró propenso a la lágrima facilona que nos caracteriza a los latinos. Recuerdo el llanto de una amiga a la que me encontré en la calle de Velázquez. –¿Por qué lloras?–; y ella, sobreponiéndose al dolor pudo responderme, no sin dificultad: –Se ha muerto Edith Piaf–. –Ah– creo que musité.
La administración individual y sentimental del resultado de una votación democrática, no puede ser excusa de llanto, y menos aún, desahogo mediante la violencia. Quien vota a Pérez en Alpedrete no puede romper en llorera si el que gana es Sánchez, por muy mal que Sánchez le caiga. Se trata de educación y buenas costumbres. Mujer de alta alcurnia –de acrisoladas virtudes como se escribía en ABC cuando fallecía una marquesa–, gimoteaba en un bar de Comillas tres veranos atrás. Me interesé por su angustia: –A mi hija le ha dejado su novio–. La hija, sorprendentemente, no lloraba. Es más,se mostraba tranquila, de buen humor y con ganas de charla cachonda. Era la madre la víctima de la tragedia. –A ver qué hacemos ahora con el «trusó»–. Y volvió a romper en zollipos.
Salmond ha perdido, y su obligación es asumir con elegancia la derrota. Si el líder sabe asimilar un resultado negativo, sus partidarios actúan y reaccionan como el líder. Pero el simpático escocés no ha sabido estar a la altura, y la vieja Escocia,tan bella,tan agradable y tan hospitalaria, se ha convertido en un territorio dominado por el enfado. Están los escoceses soberanistas como los catalanes independentistas, aunque nada tenga que ver un sentimiento histórico con un frenesí proveniente de la mentira continuada. Sólo coinciden en el descomunal cabreo que transportan allá donde vayan. Eso del enfado es muy peculiar. El nacionalista no habla,regaña, y es costumbre desapacible. Si los británicos empiezan a levantar la voz, a darse de mamporros y a llorar como los continentales del sur, esto puede terminar como el rosario de la aurora.
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