Ángela Vallvey
Buscar refugio
La desventura de los refugiados golpea a Europa dejándola traumatizada, con un sentimiento de indignidad, pudor y vergüenza (propia y ajena). No hay quien pueda enfrentarse a las imágenes de un niño ahogado en la playa: a la realidad desgarradora del mundo actual.
Al drama de la inmigración se suma ahora el de los refugiados. Ambos fenómenos están imbricados, en realidad, pero mientras la inmigración parece que se pueda afrontar desde la fría estadística económica, nadie sabe cómo «hacer los números» de los refugiados sin parecer un auténtico desalmado. Los refugiados llegan en familias, e incluso los políticos más estólidos pueden darse cuenta de que cada número equivale a una persona destrozada por un drama, víctima inocente de la injusticia más espeluznante. Esas son las vidas reales de los refugiados, incluidas las de niños que mueren por el camino. Las imágenes son estremecedoras, nos hacen cerrar los ojos, abochornados, lastimados y abatidos por tanta infamia. Y eso que no contamos a otras criaturas, de las que nunca tendremos noticias, cuyas vidas se han quedado truncadas en medio del mar sin que nadie lo sepa, sin ser siquiera enumeradas en alguna fúnebre estadística.
El siglo XXI está enfrentando a Europa con sus contradicciones: una moneda única cuya artificial implantación ha producido un brutal rechazo en el cuerpo vivo de la economía global. Y una «libre circulación de personas» que ahora se muestra con crudeza en toda su complejidad, que debió parecer buena idea cuando quienes transitaban por el espacio Schengen pertenecían únicamente a los países que se iban sumando al proyecto común europeo. Pero un plan cuyas paradojas, contrasentidos e incoherencias han explotado tras las multitudes de refugiados que huyen infatigables del terror, la miseria y la violencia que asolan sus países de origen.
¿Habrá que redefinir una nueva Europa? ¿Un mundo nuevo...?
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