Ely del Valle

Caja de resistencia

El único círculo con el que no contaban, el de la sospecha, se va haciendo día a día más estrecho en torno a los líderes de Podemos. Con todo, el problema del fenómeno político más llamativo del panorama nacional no es ya cuestión de la beca de Errejón, ni de los sueldos de la productora de Iglesias, ni de los exóticos domicilios fiscales en los que radican sus empresas, ni de las acusaciones directas de IU, ni de los tejemanejes de Monedero con la Agencia Tributaria. Lo que resulta infumable es asistir al espectáculo de ver cómo el propio partido, convertido como la empresa de su número tres en una caja de resistencia, arropa a sus presuntos negando la mayor y atribuyendo, a imagen y semejanza de un Pujol cualquiera, la conducción del carrito del helado a un contubernio maquinado ad hoc para su desprestigio. A Podemos se le desmorona la credibilidad a medida que va reproduciendo uno a uno los peores vicios de esa «casta» defectuosa sobre la que han construido su único discurso, con el plus de que normalmente éstos se empiezan a forjar cuando se toca el poder y no se traen, como es su caso, puestos desde casa. Escuchar a Luis Alegre decir que la actuación de Monedero ha sido legal puede tener un pase, porque las cosas hay que demostrarlas; describirla como ética cuando ha tenido que hacer una declaración complementaria deprisa y corriendo para evitar males mayores es rozar la tomadura de pelo, y calificarla de estética, caer directamente en el cinismo. Tanto echar mano a los discursos de Obama, de Luther King, de Chávez y hasta del Papa Francisco para crear sus eslóganes, y al final va a resultar que la descripción que mejor cuadra con la auténtica filosofía del partido de los círculos la tenían a mano en el siempre sabio refranero español: «Dime de qué presumes y te diré de qué careces».