Lucas Haurie
Camellos, pajes y pajas
La segunda añada de los denominados «ayuntamientos del cambio» ha mitigado la furia anticatólica con la que algunos regidores, víctimas de su propia inexperiencia, amargaron a más de uno la pasada Navidad, fiestas aledañas incluidas. Si la Epifanía, que se celebra hoy, no es motivo de discusión es porque hace decenios que la adoración de los magos fue despojada de todo matiz religioso para su incorporación a la tradición civil y a una liturgia mucho más sacrosanta que nada que tenga que ver con la espiritualidad: el rito comercial. Así, las cabalgatas rarunas fueron flor de un 5 de enero, el de 2016, cuando los aficionados (quien lo sea: el firmante jamás ha participado en tal desfile) asistieron a una «freak parade» en la que no se les ahorraron vindicaciones republicanas, consignas feministas y el resto de la galería de perversiones con las que la progrez se empeña en adoctrinar a la infancia. El regreso del consuetudinario pastiche hortera contemplado ayer en las calles de centenares de localidades andaluzas supone un tranquilizador regreso a la normalidad; una normalidad horrenda, por vulgar y ruidosa, pero normalidad a la postre. Los transformadores del mundo de guardarropía han decidido dejar sus obsesiones de género para mejor ocasión, como ese Kichi que ha prohibido el concurso de ninfas del Carnaval de Cádiz, en la más pura tradición abolicionista del gobernante autoritario. La vía para la implantación de la Santa Igualdad, en efecto, no podía ser una fiesta en la que los Reyes Magos (tres tíos con barba sin atisbo de paridad) van acompañados por pajes imposibles de feminizar, pues el escándalo sería mayúsculo si un locutor anunciase la llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar con sus pajas. ¿Qué niño ignora aún que los camellos son los padres?
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