José Antonio Álvarez Gundín

Cameron y Rajoy

Al lado de David Cameron, Mariano Rajoy es Winston Churchill. La torpeza del primer ministro británico en la crisis escocesa, que ha regalado a los secesionistas la victoria moral aun antes de celebrarse el referéndum, ha revalorizado la estrategia del presidente español para desinflar el suflé separatista catalán. Hoy en Edimburgo se habla del triunfo sobre el inglés; en Barcelona sólo se habla de corrupción, evasión fiscal y «mordidas» en nombre de la patria. En la capital escocesa el protagonista es el astuto Alex Salmond; en la catalana es el cleptómano «clan Pujol». En Londres se pide la dimisión de Cameron, incluso desde las filas conservadoras; en Madrid, Rajoy ha empezado el curso rodeado de elogios internacionales por su gestión económica y por su templanza ante los separatistas. Durante muchos meses, socialistas y empresarios pusilánimes dedicaron encendidos elogios al primer ministro británico con el ánimo de mortificar a Rajoy, al que acusaban de «no hacer nada» para calmar los histerismos de Mas. Ahora se comprueba que no tenían razón, sobre todo los despistados dirigentes del PSOE, aferrados a una cómoda equidistancia entre los que cumplen la Ley y los que se la saltan, entre quienes desprecian la Constitución y los que la defienden. Sin embargo, el presidente del Gobierno ha tenido el acierto de no replicar a sus acerbas críticas. Si las pretensiones nacionalistas han fracasado se debe, en gran parte, a que PP y PSOE se han mantenido juntos en defensa del pacto constitucional y en rechazar con igual firmeza el referéndum. A diferencia de Cameron, que no supo o no quiso ganarse el apoyo pleno de los laboristas a su estrategia, Rajoy ha sabido labrar, primero con Rubalcaba y ahora con Sánchez, un acuerdo de principios para salvaguardar la integridad del Estado.