Alfonso Ussía
Canción de lodo
Por extraño que parezca, la verdad es que no contaba con llegar a esta edad con tantos años. Me pregunto qué diablos pudo ocurrir para que me haya sucedido semejante cosa. Y sobre todo, me inquieta la sensación de que a la velocidad con la que ha transcurrido mi vida, los días que me queden serán cuestión de horas y, si las uvas no se resisten, pronto se le irá el sol a la última vendimia. Ya no me queda ropa que estrenar, ni errores que aun me valga la pena cometer, y tampoco voy a necesitar la memoria para recordar las cosas que ya jamás me van a ocurrir. Un viejo amigo mío me dijo hace tiempo que a cierta edad un hombre se da cuenta de que incluso la salud es mala para el cuerpo y que a partir de entonces lo mejor que puede hacer es echar mano de los zapatos que le aprietan para asegurarse de no caminar tanto que pueda incomodar a los suyos por culpa de morir lejos del portal de casa. «Perderás velocidad –me dijo– y de nada te servirá decir que en realidad no tienes prisa. Tampoco harás planes para después de haberlos hecho. Un día te darás cuenta de que tu vida consiste ahora en convencerte de que solo es importante encontrar una mortaja que no destiña al llorar». No sé... no lo tengo claro... Ya hace tiempo que despierto en la misma postura en la que recuerdo haber sucumbido al sueño. Ni me entusiasman las cosas con las que me ilusionaba, ni me sabe la comida mejor que el hambre. Creo que solo necesito una última oportunidad para bailar aquella lenta canción de lodo con la que nunca me atreví y confesarle a ella aquello que siempre pensé decir: «Soy mayor y no me hago ilusiones. Hace años habría ido bailando contigo hasta el cielo, nena, pero ahora me conformo con pasar cerca del baño»...
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