Pilar Ferrer
Capitán en la tempestad
Aquella tarde, en el Congreso de los Diputados la sesión era muy dura, el ambiente hostil, los escaños de la izquierda bullían. Era un frío noviembre de 2002 y Mariano Rajoy respondía a sendos alegatos de José Luis Rodríguez Zapatero, entonces líder de la oposición, y Jesús Caldera, portavoz del grupo parlamentario socialista. Mariano era vicepresidente, ministro de la Presidencia y portavoz del Gobierno. Sobre sus hombros recaía gestionar lo que él, en muchas ocasiones, ha calificado como uno de los mayores sufrimientos en su larga vida política: la crisis del «Prestige», la tragedia económica y ecológica en su Galicia natal, que muchos quisieron utilizar con malas artes, verbalizar con crueldad y manipular para tumbar al Gobierno del PP y alcanzar el poder. El tiempo les descubrió y la Justicia les ha quitado la razón.
Desde la tribuna, Rajoy respondía a las acusaciones de Caldera, que le tildaba de mentiroso y negligente. Entonces, el número dos del Gobierno enfatizó una frase que hizo historia parlamentaria: «Le aseguro que he dicho siempre la verdad sobre el "Prestige", lo juro por mi honor». El hombre tranquilo, inalterable, comentaba después a un grupo de periodistas que nunca había visto tanta saña para derribar al Gobierno. Fueron días tremendos, de ataques por parte de la oposición y de grupos mediáticos interesados. Bajo el lema del «Nunca máis», afloraban mentiras, insultos y pancartas callejeras. Mariano Rajoy nunca lo ha olvidado, en la percepción segura, triste, de que no todo vale para llegar al poder. Fue la suya una experiencia agria, un antes y un después de ese encallado barco frente a las costas de su tierra.
Pero el gallego aguanta, resiste y actúa. Bajo su coordinación se planificaron las indemnizaciones, recuperación del litoral, limpieza de los fondos marinos y ayudas al sector pesquero. Todo para que esa Galicia profunda, conocedora de la Costa de la Muerte, saliera adelante. Rajoy viajó muchas veces al terruño, se reunió con las cofradías pesqueras y con los sectores afectados, llevó al Consejo de Ministros planes de recuperación del turismo y nuevas infraestructuras. Soportó en el Congreso dos mociones de censura y toda una embestida política. Mientras unos agitaban la calle, gritaban, él gestionaba. Fue, como dijo Kennedy, un auténtico capitán en la tempestad. Porque con la mar serena, cualquiera puede serlo.
Once años después, la sentencia de la Audiencia Provincial de La Coruña es contundente. Largo tiempo, pero rotundo veredicto, que avala la gestión del Gobierno y le exime de culpas en la catástrofe. Ha pasado más de una década, hoy Mariano Rajoy es presidente del Gobierno de España, y Alberto Núñez Feijóo de la Xunta de Galicia. Ambos con mayoría absoluta. De aquel petrolero hundido queda el doloroso recuerdo de una tragedia medioambiental, pero Galicia luce sus playas limpias, sus aguas cristalinas, su riqueza natural y ecológica con esplendor.
De aquella negritud, nada. Sólo, tal vez, la mala conciencia de quienes vieron en el «Prestige» una palanca de desgaste, deterioro y azote del Gobierno del PP. En la Navidad de 2002, Rajoy estaba en Galicia y almorzó con su familia en La Toja. Hacía un temporal enorme, frente a los ventanales, el mar exhibía su furia. El presidente aún recuerda que, en aquellos días, le llamaban de todo. Pero han pasado once años, y la Justicia ha hablado. En calma. Contra viento y marea.
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