Ely del Valle
Carnaval, carnaval
El día que el Windsor desaparecía devorado por la llamas, Tomás Gómez estaba tranquilamente en Parla disfrutando de su legislatura como alcalde más votado de España. Diez años más tarde el incendio lo tiene él encima. Nadie se hubiera imaginado cuando retiró a Simancas de la Secretaría General del PSM que 90 meses después iba a ser Simancas quien le cambiase la cerradura del despacho. La carrera de Gómez se ha convertido en un palíndromo; en un mandato capicúa que empezó bajo la tutela de Zapatero y termina por orden de Pedro Sánchez, que tampoco es Bambi. El lunes, el político antes conocido como «Invictus» amenazó con enrocarse, y algunos aplaudían imaginándose el espectáculo. Ayer, sin embargo, tiró la toalla y anunció que entrega su voz y su voto en el Parlamento regional, que era lo único de lo que nadie le hubiera podido despojar con un puñetazo sobre la mesa.
A Gómez, que por unas cosas u otras ha terminado convirtiéndose en un grano para los tres secretarios generales que han pasado en los últimos cuatro años por Ferraz, había unos cuantos que le tenían ganas, porque en los últimos tiempos le había brotado la soberbia de los nuevos ricos, que dejan de saludar a los vecinos del barrio y porque su frialdad a la hora de cortar cabezas no tenía nada que envidiar a la del propietario de la mano que le ha mecido la cuna. Sin embargo, la decisión de Sánchez, y sobre todo sus tiempos, le están sumando al ex alcalde de Parla más simpatías de las que ha conseguido desde que colocó al PSM en el ombligo de la Gran Vía. Ahora, para que este capítulo de política carnavalesca esté completo, sólo falta que las agrupaciones vuelvan a elegirle convirtiéndole, esta vez sí, en «Invictus». Puede parecer una locura, pero tal y como está el panorama tampoco se puede descartar nada. Y es que la política, que carece de corazón, a menudo tiene razones que la razón no entiende.
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