Paloma Pedrero
Carta a Teresa
Querida Teresa, has pasado lo peor. Tú respiras. Todos respiramos. Porque somos muchos los que hemos seguido día a día tu enfermedad, los que hemos deseado con el alma tu curación. Supongo la energía de tantos te habrá llegado y habrá sido una fuerza en tu lucha por sobrevivir. Aunque, conociéndote un poco, creo que con tu poderío tenías suficiente. Eres una mujer importante, Teresa, una heroína de nuestra época confusa. Porque para mí, querida, los verdaderos héroes no son los que hacen la guerra sino los que, desde la paz, hacen la paz. Los que se dedican cotidianamente a hacer que el mundo no se derrumbe entre tanto violento, tanto irresponsable y tanto idiota. Para mí, y para muchos otros, los que merecen el reconocimiento no son los gerifaltes de las varias esferas, son los poetas, los científicos, las madres, los maestros... y todos los que luchan por dignificar a las personas. Son gente como tú que arriesga su vida en un hospital atendiendo a un buen hombre infectado con una de las enfermedades más contagiosas. Tú si que eres valiente, Teresa. Tú te metes en un traje que ni se sabe cómo funciona, y te pones a lavar de arriba abajo las contagiosas excreciones del doliente.
Cuando recuperas la memoria no recuerdas haberte tocado la cara con el guante. Sólo la sugerencia de que lo hicieras es una infamia. Lo sabemos. Lamento lo que te queda por conocer cuando salgas de ese cuarto. Excalibur no estará y sé que te retorcerás de pena y rabia. Pero, cariño, que sepas que tienes contigo a la inmensa mayoría de la gente. Que la mayoría sabemos de tu dolor. Y grandeza.
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