Infraestructuras
Castizas paradojas
El sábado por la noche la palabra «Madrid» era probablemente la más repetida durante una retransmisión televisiva que captó a cientos de millones de aficionados al fútbol en todo el mundo. La final de Milán superó con creces a otros grandes eventos gracias a dos de los mejores embajadores que tiene la marca España, esos que volvieron a hacer derramar lágrimas de alegría y de tristeza. Suele ocurrir que los colores de un club de fútbol despiertan más pasión que la bandera y otros símbolos nacionales y eso por diversas razones es especialmente evidente en nuestro país.
Curiosa paradoja que Madrid, por tres veces despreciada por vidriosos «lobbies» para organizar unas olimpiadas, se haya convertido en el breve plazo de dos años en ciudad protagonista de primer orden en el concierto internacional, a propósito precisamente de un aconteciendo deportivo. La reeditada final de Champions ha supuesto para Madrid el equivalente a una inversión publicitaria de cincuenta millones de euros por una hipotética campaña de promoción de imagen. Pero la realidad de la capital del Estado no parece corresponderse con la imagen de sus dos «enemigos íntimos», aunque sobresalientes embajadores. La ciudad gobernada por Manuela Carmena, cada día más presa del sector radical de su grupo municipal, «ganemos» a la cabeza, ya no recibirá esa bendición en forma de infraestructuras y consiguientes nuevos empleos que para los próximos años prometían las operaciones Campamento y Chamartín. Siempre hay justificaciones técnicas o legales para no dejar piedra sobre piedra de la gestión de anteriores administraciones, pero la actitud del equipo de gobierno madrileño lo que rezuma son condicionantes puramente políticos. En Madrid se puede estar decapitando una oportunidad de crecimiento y desarrollo que no volverá a presentarse, puede que en décadas. Alguien deberá explicar a cooperativistas que han adelantado hasta cien mil euros de sus ahorros que ya no habrá viviendas, caso de la paralizada «operación Campamento». Alguien tendrá que asumir que los miles de trabajadores que perdieron sus empleos tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y del ladrillo tampoco regresarán al mercado laboral a través de un sector que sigue siendo fundamental en la economía a la hora de crecer, guste o no guste. Alguien tendrá que explicar también con algo más de detalle eso de que el vertedero de Chamartín es un «bien de interés cultural». La obsesión derogatoria sin alternativas realistas, más allá de la filosofía okupa, lleva el marchamo del equipo de Carmena, pero también la anuencia de un PSOE que, en la línea del acuerdo Colau-Collboni en Barcelona, solo espera que pase el «26-J» para entrar en el Gobierno municipal. La paradoja madrileña hace más vigentes aún a personajes de nuestra política como Pablo Iglesias, que este fin de semana en las jornadas de Sitges no dudaba en afirmar que cuando gobiernan las marcas de Podemos se atrae la inversión. Los empresarios allí presentes deben pensar que de esta película igual se han perdido algo.
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