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Cataluña cuántica

La Razón
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Si la mecánica cuántica explica lo muy pequeño, nada como Cataluña para recurrir a ella. Aquí la realidad funciona de forma inestable. Algunos objetos, digamos el PSC, son capaces de sonreír desde dos puntos al mismo tiempo, Estremera y el Estatuto, con las ventajas asociadas que esto tiene para el discurso, pues decir uno y su contrario proporciona réditos apreciables entre la parroquia posmoderna, y la migraña de quienes, alérgicos a las cabriolas, tratamos de seguir las acrobacias. Luego está el caso de Podemos y marcas afines, infinitamente más escandaloso, aunque quizá menos grave, en tanto en cuanto la ubiquidad del PSOE es la de un partido serio, mientras que Podemos no deja de ser un cachondeo. Pero en fin, los dirigentes de este último partido son capaces de manifestarse como ondas (más o menos) progresistas y de ser, a la vez, partículas reaccionarias. Basta con reparar en su defensa de los presuntos golpistas, a los que denominan «presos políticos», su incapacidad para asumir el abecé de la democracia representativa o esa pintoresca capacidad para discursear a favor de unos postulados supremacistas. Se creen Rosa Parks, pero la defensa del nacionalismo y la negación de la igualdad, no digamos ya el aprovechamiento de los mitos para fundamentar unas extrañísimas legitimidades, los revela como enemigos de la justicia y, al cabo, como unos irracionalistas de pura cepa (vírica). De ERC y de la banda que secunda a Junqueras, pues eso: todo lo que dicen, todo, es su contrario. Me lo explicaba el otro día un amigo: cuando denuncian la falta de democracia en realidad lamentan que la democracia no les permita arramplar con los derechos del prójimo; cuando señalan el supuesto anticatalanismo del español medio lo único que sacan de paseo, y sin bozal, es un antiespañolismo, macerado y feroz, y regado desde la escuela. Etc. Dejo para el final a la CUP. Ya conté el otro día que me encontré un acto suyo en pleno Raval. Unas sillas en mitad de una plaza. Un equipo de sonido y una ponente en una mesa que, flanqueada por otros dos, ejém, especialistas, larga una charla entre el relativismo cognitivo, el estructuralismo lacaniano y el posmarxismo con más Groucho involuntario y menos Karl del que sospechan. De público, unos cuantos jubilados, dos o tres mendigos, algunos amigos y familiares de la animosa doctoranda. Qué bonito, en Barcelona, diciembre de 2017, cuando cierras los ojos y te transportas hasta Berkeley, 1967, con menos rock y ácidos pero también con las reservas de falsa ingenuidad kamikaze en impecable estado de revista. Normal que el gran Rafa Latorre, en «El Mundo», escriba sobre el Bienio Suicida. No otra cosa fueron los últimos dos años. Cuando la realidad dio pasó a la realidad cuántica, al menos en Cataluña, y los actores del Proceso, del proceso de demolición de la democracia, lucen ante las cámaras como políticos contemporáneos aunque sean legitimistas del guardarropía, rancios por convicción y fieles partidarios del infante Carlos María Isidro. Quién sabe si hoy, al fin, concluyen las emisiones de este austracismo siglo XXI.