El desafío independentista
Cataluña, final abierto
No hizo falta preguntar. Nada más poner tierra en Barcelona este domingo, el taxista que nos trasladó al hotel vomitó su frustración: «Estamos hasta las narices de estos dirigentes, ¿por qué no han detenido ya a Puigdemont, por qué a sus subordinados sí y a él no? La mayoría no queremos la independencia, sólo la Cataluña de los pueblos, la que viene aquí a protestar en autobuses fletados. Que nos lo pregunten a todos, legalmente. ¿Dónde está Rajoy, eh? ¿Por qué no vino hoy? ¿Dónde están Sánchez y Rivera? ¿Por qué sólo trabajan los jueces? No aplaudan el apoyo de otras ciudades, mejor levanten un monumento a esos catalanes valientes que sacan banderas españolas en Sant Jaume o a la gente trabajadora como yo, que me levanto para ganarme el pan a las 4 de la mañana, que quiero vivir en paz. Dígame usted, ¿en qué políticos puedo confiar ahora? Me siento huérfano». Y una se queda sin la respuesta concluyente o balsámica a ese lamento y se pregunta lo mismo que tú: cómo diablos hemos llegado a este punto, en estas condiciones impresentables. Te escribo con el cuerpo revuelto, a juego con el clima catalán. Triste y sorprendida, como la mayoría, ante el espectáculo bochornoso, mancillado de imágenes imborrables. Las cadenas humanas pensadas para la foto, las cargas policiales frente a la violencia antisistema alentada, desde los centros de votación, por aquellos que se han burlado de la ley. Un individuo parapetado con su hijo pequeño a hombros, cual escudo humano. Unos ancianos heridos. Unos mossos recibidos con claveles o forcejeando con guardias civiles, a las puertas de un colegio. Unos policías atacados. 10.000 efectivos lanzados a unos leones que, acabáramos, se creen en posesión de la palabra Democracia. Un dolor sin censo, sin papeletas y sin sobres, un cúmulo de despropósitos. Gentes que votan una o dos veces, porque aquí todo vale. Espectáculo televisivo de victimismo, resurgir espontáneo de violencia callejera. Y ahí fuera, reinamos en las portadas. No lo podían haber planificado mejor los responsables de ejecutar su desafío propagandístico, jaque mate. ¿Hemos asistido a un referéndum desarticulado por el Gobierno? A los hechos me remito y, sin embargo, hemos padecido también unas horas intolerables. Corresponde a los políticos, a partir de hoy, sentarse a solucionar urgentemente el desaguisado. Me temo que el día concluyó sin referéndum, pero con un final abierto insoportable a la vista.
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