Alfonso Ussía
Ceaucescu caribeño
La Organización de Estados Americanos, OEA, ha certificado la defunción del Estado de Derecho y las libertades en Venezuela. No se trata de una opinión, sino de una constatación asumida por las naciones libres de América. El endurecimiento de la represión, la miseria alcanzada gracias a los proyectos económicos de los cónsules de Podemos en Caracas, el desabastecimiento de alimentos y medicinas, y el mantenimiento en las cárceles de Maduro de inocentes adversarios condenados por capricho a decenas de años de tortura, han llevado a Venezuela al abismo de la desesperación. El gorila ha advertido que de producirse un golpe de Estado en Caracas utilizará todos los medios a su alcance para aplastar la rebelión. Que Erdogan, a su lado, se puede convertir en un estudiante de la represión. Maduro tiene un grave problema y no parece dispuesto a evadirse de sus consecuencias.
La oposición no desea venganzas y sí acuerdos y pactos. Pero Maduro está en la amenaza, en el uso de la fuerza y en el recurso de las prisiones gracias a la vergonzosa complicidad del sistema judicial bolivariano. El que amenaza es el que está en peligro. Maduro ha leído muy poco y apenas sabe nada de nada. Es probable que nadie de su entorno le haya hablado de Nicolás Ceaucescu. Pudo haber negociado su salida. Se empecinó en anclarse al poder de la tiranía comunista. Su última represión en Timisoara bañó las calles de sangre y odio. Cuando creía haber vencido, desde un alto balcón de su atroz y suntuoso palacio presidencial de Bucarest, oyó el grito de decenas de miles de rumanos que, al fin, se atrevieron a gritarle «¡Drácula, Drácula!». La mirada de preocupación de Elena Ceaucescu, aquella gélida criminal que tenía como mujer, fue determinante. Escapó en un helicóptero de la Fuerza Aérea rumana. Pero sus pilotos lo llevaron al claro de un bosque, donde se alzaba un caserón de madera que le había servido previamente como refugio de caza. Allí aguardaban a los Ceaucescu altos cargos civiles y militares de su régimen. Y le montaron un «juicio», por llamarlo de alguna manera. Lo tengo grabado. Cuando interviene su abogado defensor, Ceaucescu y su mujer intercambian una mirada de terror. Al final es condenado por asesinar al pueblo de Rumanía durante su mandato, por robar al pueblo de Rumanía durante su mandato, y por creer que Rumanía y la vida de los rumanos eran de su pertenencia durante su mandato. Del banquillo, al corral trasero y al paredón. No fueron ejecutados, sino asesinados, los asesinos asesinados por sus propios cómplices y colaboradores. A partir de ahí, los dirigentes comunistas de otras naciones del Telón de Acero comprendieron que la gran farsa había llegado a su fin e intentaron el perdón y el acuerdo. El Muro que mantenía a media Europa en la prisión permanente se desmoronó.
No será Maduro objeto de venganza por parte de la oposición venezolana, que exige la recuperación de la libertad, la expulsión de los agentes de Podemos y los militares cubanos, y la normalización de la economía más rica y robada de América. Pero su inmovilismo y su tesón por mantenerse en la cumbre de la tiranía pueden llevarle a protagonizar un caso similar al de Ceaucescu y su mujer. Que sus propios colaboradores sean los que detengan a los Maduro, los «juzguen» a su manera y los condenen a morir por haber matado, arruinado, y robado en beneficio propio al pueblo de Venezuela. Cuando la muchedumbre decide terminar con el tirano, siempre son los íntimos colaboradores del tirano los voluntarios para hacerse perdonar mediante la traición.
Maduro está todavía a tiempo. Puede volar a Ecuador, Bolivia, Cuba o a un paraíso fiscal acogedor y sosegado. Puede pactar con las fuerzas opositoras la garantía de sus vidas a cambio de su renuncia. Puede alcanzar un acuerdo económico, comprometiéndose a devolver una parte del dinero acumulado en sus cuentas sin vaciarlas por completo. Maduro no debe temer a una oposición sostenida, fundamentalmente, por el liberalismo y el humanismo cristiano. A los que tiene que vigilar Maduro están ahora a su lado, y Maduro no se apercibe de ello. Los planes fallan. Un tornillo desajustado puede derribar un avión. Y hay centenares de tornillos desajustados en su régimen de terror. Si Maduro insiste en seguir al frente de su fracaso, serán los suyos los que le traicionarán. Y hasta es posible que termine como Ceaucescu. En el suelo, junto al cuerpo de su mujer, la gran ladrona, rotos por las balas de sus propios soldados.
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