Atletismo

Cesó el rayo

La Razón
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Nueve segundos y medio largos, once años, once títulos mundiales (o doce), ocho oros olímpicos, 19.19 como plusmarca estratosférica, del siglo XXII, en los doscientos metros, la prueba que fue su primer amor y que lo reveló al mundo en Osaka 2007, donde ganó las dos únicas platas de una carrera dorada.

Parece como si Usain Bolt, el velocista perfecto, hubiese huido toda su vida de los números redondos y particularmente del diez, la cifra que para los pitagóricos conceptualizaba la perfección. En su última carrera individual –la despedida oficial llegará dentro de una semana en el 4x100–, el rayo no iluminó Londres, uno de los tres escenarios de su tiranía en los Juegos, sino que cayó con el estruendo del trueno, uno de esos batacazos estentóreos que sólo los gigantes son capaces de sufrir. Se colgó un bronce, el único de su vida, con una marca casi medio segundo peor que su marciano récord de Berlín.

Sólo le han interesado los grandes campeonatos porque, pese a su pose de locuelo y simpaticón, Bolt ha entendido mejor que nadie que el atletismo necesitaba un héroe, no una máquina registradora. Por eso, en el fondo, los mitómanos esperamos que su decisión de retirarse sea reversible. Todavía no ha cumplido los 31 años, en Tokio 2020 tendría menos de 34... Linford Christie, presente anoche en las gradas, fue campeón en Barcelona 92 con 35. Las cuentas cuadran, sólo falta que el mito encuentre una razón para motivarse.

Puede que el reto a distancia que le lanza Van Niekerk en el doble hectómetro o tal vez las ganas de demostrarle a Justin Gatlin, convicto de dopaje que se postró ante él nada más ganarle, que el rey abdica cuando quiere.