Pedro Narváez

Chávez el inmortal

Cuando desperté, el dinosaurio aún estaba allí. Esta parte del planeta en sombras se desayuna cada día con el estado de salud «delicado» de Hugo Chávez, del que más que diagnósticos se dan partes de brujería. El chamán mira al cielo y ve en una nube su destino mientras el pueblo suelta alaridos capaces de la resurrección. Si hoy es el día marcado no significará más que un hombre ha muerto, porque el otro Chávez, el inmortal, vivirá en su herencia macerada en disparates, y aún en otro mundo que no está en éste resonará un por qué no te callas al son de una lira. Si le espera el infierno o la gloria es algo que sólo el vudú bolivariano puede responder pero es indudable que pasará a la historia como el hombre que vivía en el siglo XIX mientras sus compatriotas se mataban como sabe hacerlo el siglo XXI, que es irrefrenablemente medieval de tan bárbaro. Vivo o muerto, como rezaban los carteles de los forajidos en el Oeste, o como actuaban legendarios héroes como el Cid, a Chávez le quedan batallas por ganar que serán glosadas por la propaganda revolucionaria. Se demostrarán milagros y se habilitará un día en el santoral de los salvadores de la patria. Cómo deben ser los ojos de la muerte que invita a rezar hasta a los ateos que llenan las iglesias en un particular calvario de aleluyas. A Chávez sólo le queda expirar para convertirse en camiseta del Ché, en uno de esos mitos inexplicables, folclóricos, tan pop como Michael Jackson. El chavismo planea vivir de Chávez como Cristinita Kirchner de Evita. Todo para el pueblo, menos los abrigos de visón. Ahora queda ver quién le sucede, qué mano mecerá la cuna de los miserables hasta que entonen «one day more» sin que les salgan sabañones. Chávez vivirá feliz en su escapulario, ajeno al mal, que es como estar en en limbo de los inmaculados, hasta que un día le asalte la tristeza por todo lo que ha dejado de hacer.