Asia

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Chinismo

La Razón
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Aquí se hace homenaje a todo, a cualquier chorrada, a la mamandurria se le hace un homenaje o se le monta una rotonda. Eso sí: nadie ha caído en el bien social que hace tener cerca un chino. El chino de la esquina es como un centro de salud, es como una casa de socorro, como una terapia ocupacional, como un hospital de campaña de la Cruz Roja. Es más, tengo que llamar a Tinsa para que suban las tasaciones de los pisos que tienen cerca un chino. Ah, el chino, qué vergel, qué oasis, qué parque temático de la necesidad imperiosa, qué auxilio ante el olvido. He bajado a mis chinos a comprar lejía y estaban viendo la tele. La lejía que venden mis chinos seguramente no desinfecta, pero deja un aroma a piscina municipal fabuloso.

Estaban mis chinos viendo la tele y la tele era en chino con subtítulos en chino, y debía estar tan entretenido aquello que mis chinos no me estaban haciendo ni caso y mira que mis chinos son de comérselos aunque tengan poca conversación. «Película», me dijo mi china. Mi china alcanza a decir sólo una palabra por encuentro y a veces no es la palabra que una espera oír. Si yo, es un poner, le pido a mi china un agua mineral, mi china podría preguntarme si sólo quiero una, si la quiero grande o pequeña o si la quiero Bezoya, pero mi china me pregunta «¿caliente?» y yo me quedo como disecada. Mi chino, marido de mi china y muy bajito para lo esbelta que es mi china, me acompaña siempre a la parte de alimentación porque yo creo que me ve incapacitada mentalmente para leer las etiquetas, así que mi chino me las va cantando como si aquello fuera una sala de bingo. Casera. Oliva. Patata. Bote. Y luego me coloca todo en las bolsas que ríete tú del Tetris. Hay gente buena con gobiernos repugnantes y esos, entre otros, son los chinos.

Ahora la universidad va a enseñarles a ligar después de haberles impuesto ser hijos únicos. Yo ya es que no entiendo nada. Menos que el chino.