Alfonso Ussía
«Chori» del Orinoco
Vamos de mal en peor. La delincuencia de alto nivel, de bandas organizadas y expansión internacional ha resignado la vieja estética. A Don Vito Corleone, el negocio de la droga se le antojaba inasumible. Se enfrentó con Tattaglia, menos escrupuloso. En la actualidad, aquella elegancia para asesinar, cortar la cabeza de los caballos de carreras y bailar en las bodas familiares melancolías melódicas sicilianas, ha desaparecido. El negocio es la droga, y la gran jefa de la banda no es otra que la «Chori» del Orinoco, que en Venezuela es también conocida como la Primera Combatiente. Cilia Flores, esposa de Nicolás Maduro, y su banda de sobrinos.
Corleone en la ficción y Al Capone y Frank Nitty en la realidad, se hicieron ricos delinquiendo en un país que no pasaba hambre. Competían con otras bandas de gangsters, se mataban entre ellos y la sociedad americana apenas se inmutaba. Eran cosas de los italianos. Cuando las familias de la Mafia se pasaban de la raya y sus crímenes afectaban a los ciudadanos, los resortes del sistema se disparaban y los jueces, muchos de ellos comprados, vendidos o alquilados, condenaban a sus compradores, vendedores o inquilinos de su deshonestidad.
Nada que ver con la banda de la «Chori» del Orinoco, diminutivo cariñoso de Choriza. Esta mujer, la Primera Combatiente del chavismo y de la dictadura de su marido, el sutil camionero Nicolás Maduro, se está embolsando la mitad del dinero que pasa por Venezuela. Su fortuna es incalculable. Dos de sus sobrinos han sido condenados en los Estados Unidos a una larga estancia en las prisiones americanas por intentar vender 800 –sí, ochocientos–, kilogramos de cocaína. La banda de la «Chori» se sustenta en altos cargos administrativos y políticos de Venezuela. Su marido Maduro, el general Diosdado Cabello, y los también generales Fuentes Manzulli y Rangel Gómez. En las dictaduras comunistas sostenidas por el poder militar, los generales tienen aviones privados, grandes fincas, mujeres a gogó y millones de dólares a su plena disposición. Y ahora, otro sobrino de la señora Choriza, el teniente coronel Gámez Flores, ha sido señalado y acusado por la oposición de traficar ilegalmente con oro y diamantes. Si fuera con carne, leche, legumbres, medicinas y rollos de papel higiénico que son necesidades básicas de los venezolanos, se podría comprender su actividad delictiva. Pero hacerlo con oro y diamantes cuando el pueblo de Venezuela transcurre por la más absoluta miseria, como poco, da que pensar.
La primera Combatiente, a pesar de su estatura física, tiene debajo de un pie a su marido, a pesar también de su física estatura. Uno se dedica a arruinar a su país y encarcelar a los disidentes, y la otra a engordar su inconmensurable fortuna, cuyos nuevos ingresos, vuelan día tras día a sus depósitos en paraísos fiscales, algunos de ellos europeos como Andorra y el Principado de Liechtenstein. Comparten su fidelidad bancaria con las hijas del difunto timonel bolivariano, el glorioso Chávez, que a su muerte inspiró a Juan Carlos Monedero para trenzar uno de los más bellos poemas escritos jamás. En sus versos de rima y métrica libres, Monedero reconocía que de sus ojos fluían hacia su ánimo lágrimas del Orinoco. Una belleza de rapsodia de cuya lectura huyo por temor a un espasmo emocional.
Pero ni Monedero, ni el dirigente de «Podemos» que tantas cortesías recibe últimamente en nuestro periódico, han abierto la boca para criticar el hambre de Venezuela y los miles de millones de dólares robados a su pueblo por Maduro, las hijas de Chávez y la Choriza del Orinoco. Y no han dicho nada porque nadie se ha atrevido a sonsacarles su opinión al respecto.
Me quedo con la época de los Corleone.
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