Ángela Vallvey
Codicia
Cuenta la fábula que había una vez una anciana muy rica, porque la pobre mujer había pasado el tiempo haciendo economías y, por ejemplo, en vez de enchufar la tele, abría un libro, con lo que ahorraba mucho en luz. Y así en todo. No se sabe si por leer a oscuras o qué, pero el caso es que se quedó ciega. El mundo en tinieblas se le hacía insoportable, y ni siquiera encendiendo todas las luces de su casa lograba rememorar sus días de vidente. Le recomendaron que fuese a ver a un médico que tenía fama de obrar milagros. La mujer depositó toda su fe en él, y le prometió una fuerte suma de dinero si el facultativo lograba devolverle la visión. El galeno comenzó a visitarla en su propia casa para iniciar las curas. Era un excelente profesional, pero también codicioso. Tenía buena mano. Si bien, tenía la mano larga: con cada visita a la anciana, aprovechaba que la señora era incapaz de verlo para robarle algún «bibelot», un jarrón de plata, una joya... La impunidad con que podía desplumar a la dama lo volvió atrevido, y arrambló con todo lo que pudo mientras la estaba tratando. Hasta que la emprendió incluso con los muebles. Prácticamente le hizo una mudanza gratis... De casa de la anciana a la suya propia, claro. Tanto fue así que, cuando la viejecita recuperó la vista, se dio cuenta con estupefacción de que la había sometido a un auténtico expolio. De modo que se negó a pagarle por sus servicios. El médico, muy ofendido, la demandó, la llevó ante los tribunales por incumplimiento de contrato. Una vez delante de la justicia, la buena mujer se defendió con calma: «Mire, señor juez, no le puedo pagar a este médico porque, o bien me ha robado, o es que me ha dejado igual de ciega que estaba anteriormente, pues no consigo ver los muebles y objetos que tenía antes de que él me tratara...» El juez absolvió a la anciana sentenciando: «La codicia deja siempre contra los perversos una clara prueba de su delito». Claro que ese santo juez no vivió nuestros tiempos, en los que el dinero y todo tipo de bienes muebles o inmuebles y demás importancias desaparecen por arte de magia potagia. O bien hay que ir a buscarlos a Panamá, lo que complica todo el asunto de las moralejas.
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