Pedro Narváez
Colapsogate
Los conductores se miraban como si el fin del mundo estuviera cerca. Al fin las profecías se cumplían. Se abriría el asfalto de la M-30 y un río de lava dejaría sus coches trucados convertidos en chatarra espacial. Aún cerca del Apocalipsis hubo quien se hurgó la nariz en ese semáforo rojo infinito. No hay que perder las costumbres sólo con que el tráfico nos dé la extremaunción. El moco está poco estudiado en las estadísticas de la Dirección General del asunto. Mucho cigarrillo, mucha música que nos mata y el dedo indultado sin embargo. En ese tramo se agendaba el día o se rebobinaba el pasado. Recuerdo que poco después murió Mankell. El misterio sigue sin resolverse. Nuestra capacidad rodante tiene más que ver con la política que lo que presume el Día de la Bicicleta. El Ayuntamiento, hoy transformado en un jardín de ocurrencias donde aún no ha crecido una flor, es un caso para Wallander, aunque fuera de izquierdas y de vivir votara a Carmena.
Los «vintage», o viejunos, tanto da, recordábamos aquello de «atención amigo conductor» que no era sino otro síntoma de que habíamos llegado al precipicio y la cabeza desvariaba al son de Perlita de Huelva, nacionalismo del suroeste con mejores consejos que Lluis Llach para el noreste. En varias horas de atasco hay tiempo para la observancia psicológica de nuestra ciudad, menos rebelde de lo que parece, resignada a según qué sufrimiento. Las redes ardían pero a mi vera una señorita tomaba café de un termo y una pareja «hipster» me cedió el paso que en Madrid es para emocionarse hasta la ñoñez. La radio asaeteaba la impaciencia porque había otro mundo que seguía rotando mientras los coches sumaban una legión de zombis con ruido que querrían morder a la alcaldesa. Carmena no sacó a los municipales no fuera a ser que se confundieran con tanques camino del Ebro.
La alergia a la Policía causa estos granos y efectos colaterales. Pase que no se sepa el nombre del jefe de El Corte Inglés, que no pasa, pase que no le interese el derbi, pero que en cuanto caen cuatro gotas la capital se atosiga es de primero de madrileño, si bien hay que perdonarle la impericia. Su nombre salía de algunos vehículos en forma de bocadillo de tebeo con serpientes, rayos y esa psicofonía muda que gasta Ibáñez cuando Mortadelo le hace la puñeta a Filemón.
Si la hubieran tenido cerca le colocan un «software» de eficacia. Menos humos, alcaldesa. Claro que el equipito municipal, que dice que va andando al trabajo, no sufriría el «colapsogate», que es cosa de los ricos que se pueden permitir comprar un coche a plazos, por lo que es previsible que la madre de todos los atascos vuelva a parir un stop oxidado en la próxima llovizna. En esta verbena sin Virgen que es el mandato podemita, la regidora quiere oír la voz de los vecinos. Pues allí tenía a miles deseando decirle cuatro cosas desahuciado el tiempo de la entelequia y el muermo. Llegamos tarde a todo aunque esta vez teníamos una buena excusa. En vez de conducir, a coger escobas para barrer.
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