Ely del Valle

Colgando en sus manos

La Razón
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La elecciones catalanas del pasado domingo, lejos de despejar incógnitas, han creado un escenario infernal donde, de entrada, quienes tienen la responsabilidad de formar gobierno son los derrotados en su propio terreno plebiscitario.

Éstos son, a su vez, los que han mostrado un desprecio olímpico por la auténtica naturaleza de estos comicios, que no es otra que elegir un parlamento autonómico capaz de gestionar la vida y la hacienda de los catalanes, cuestiones en las que ni ellos mismos están de acuerdo.

Independientemente de los pactos a los que Juntos por el Sí y la CUP puedan llegar en virtud de la aritmética parlamentaria, si es que al final llegan a algo, el espectáculo va a estar en ver cómo los autodenominados padres de la patria catalana se pelean entre ellos para ver quién se convierte en la reina de la fiesta.

Aquí no existe la lealtad de partido, puesto que cada uno es de un padre diferente, ni el interés común más allá del de posponer, que no olvidar, su derrotado Estado independiente. En otras circunstancias, Oriol Junqueras nunca se hubiera ido de cañas con Artur Mas; Artur Mas jamás hubiera compartido protagonismo con Raül Romeva; a Raül Romeva no habría bicho viviente que le hiciera posar del bracete con Oriol Junqueras, y Antonio Baños preferiría calzar botín de tacón cubano antes que apoyar a cualquiera de los otros tres.

Todos juntos son como una tuna formada por tres rumberos, dos violines solistas y cuatro sopladores de vidrio, intentando decidir quién va a ser el de la pandereta. Cosas más raras se han visto, pero así de entrada, con estos mimbres y sin un programa con un mínimo fuste, no parece que Cataluña esté llamada a ser un ejemplo de estabilidad ni que esta legislatura lleve el gen de la longevidad en su código genético... Y esto ya saben quiénes lo terminaremos pagando... y además en metálico.