PSOE
«Compañeros» que no se tragan
«La foto de Susana y Pedro no es más que eso: otra foto». Así extractaba un susanista el encuentro de dos «compañeros» que ni se tragan ni tampoco lo ocultan. Susana Díaz ha tratado en su Congreso socialista andaluz, pese a los cantos a la lealtad, de marcar distancia con su jefe. El recuerdo de que los socialistas «nunca han sido nacionalistas» no deja dudas. Tampoco la lista de su equipo ha tenido hueco para el sanchismo. Ni las loas al «defenestrado» Alfonso Guerra han sido un gesto trivial. Llovía sobre mojado en el guirigay. Pocas horas antes, Ximo Puig se envolvía en la bandera del País Valenciano y apostaba por un «federalismo asimétrico». Mientras, Francina Armengol, ha definido Baleares como una suerte de confederación de islas. O sea: el despiste ideológico es la norma del PSOE.
Desde Ferraz se asegura recibir con «naturalidad» las reflexiones de las federaciones sobre el modelo de Estado. Ahora bien, se recuerda que la posición del PSOE quedó fijada en el 39 Congreso. Esto es, los territorios pueden tener un debate en sus cónclaves regionales, aunque para terminar acatando las resoluciones del federal. «Eso votó la militancia y eso debe asumir el partido», subraya algo molesto un miembro del equipo de Sánchez.
El rotundo triunfo de las primarias sirvió para anestesiar la división. «No les ha quedado otra que rendirse», sostenían vanagloriosos desde el equipo del líder. La presidenta andaluza y el resto de críticos se replegaron. De hecho, asumieron la plurinacionalidad casi sin rechistar pese al malestar que provocaba. Así fue hasta constatar su capacidad para convertirse en contrapeso. Empezando por Díaz que se apresuró a revalidar como «poderosa» líder del socialismo andaluz. Además, Puig en Valencia o Emiliano García-Page en Castilla-La Mancha han demostrado su capacidad para doblar el brazo a la cúpula. Así, los cenáculos socialistas vuelven a ser un hervidero con ganas de guerra. «Ganó, de acuerdo, pero rompió emocionalmente con muchos de nosotros que difícilmente podremos reconocernos en su proyecto», afirma uno de quienes combatieron a Sánchez en primarias.
Pero Sánchez nunca pierde la cara. Nada ha hecho por integrar a los dos PSOE enfrentados. Tampoco está dispuesto a ser un secretario general que sólo mande en Ferraz. Frente a lo que su entorno define como «pellizcos de monja», él va a usar su poder para mantenerse en el sillón el mayor tiempo posible. Cuenta para ello con un presidente del Gobierno dispuesto a agotar la legislatura. Ahora bien, tras el paso de las hojas del calendario no va a poder esconder la fragilidad de su idea de la «plurinacionalidad». A estas alturas su modelo federal está todavía sin explicar en el partido. Incluso se ha visto superado por las pretensiones sin límites de los independentistas. Porque, como recuerda un sensato diputado socialista: «En un Estado federal, por asimétrico que pretenda ser, la legalidad es acatada en todos sus territorios confederados». Y la huida hacia adelante del separatismo sólo busca la ruptura con el Estado, la liquidación del marco constitucional y la quiebra de los principios democráticos en Cataluña.
Esa política tan característica de Sánchez de «burlar el hoy y mañana ya veremos», tiene un recorrido corto. Si para algo ha servido ya su «Declaración de Barcelona», más que para «tender puentes» con el secesionismo catalán, ha sido para volar el frágil consenso sobre los asuntos territoriales fraguado entre las federaciones del PSOE. De ahí que las advertencias que llegan a Ferraz de históricos del partido no deberían caer en saco roto: «Nunca es demasiado tarde para defender la soberanía nacional y la igualdad de los españoles vivan donde vivan».
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