Marina Castaño

Consecuencias dramáticas

La Razón
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Hace tiempo que desapareció aquella colección de novelas procaces que dieron en titular genéricamente «La sonrisa vertical», con premio incluido, que relataba historias procaces y divertidas, salidas de tono y hasta a veces perversas. Fueron muchos los autores que recrearon sus fantasías sexuales arropados por el pretexto inexcusable del tema del certamen, o sea, las historias eróticas, y desarrollaban sus relatos sin censuras ni límites conocidos. Aquello murió no sé si de inanición o de muerte natural, pero el erotismo sigue estando presente en numerosas obras que actualmente se encuentran tanto en nuestras bibliotecas como entre los aborrecidos best-sellers. (Como principio me niego a leer lo que se recomienda a las masas, lo detesto). Las dichosas «Sombras de Grey» se han leído y publicitado hasta la saciedad, pero he pasado por encima como por las brasas, sin quemarme ni mancharme, y no porque no me guste la provocación, que me encanta, ni los contenidos sexuales, que también. Quizá, cuando pase el tiempo y ya nadie se acuerde, dedique un tiempito a echarle un vistazo, pero mientras tanto me limito a comentar las consecuencias que ha traído. Han sido varios los varones que, tomando al pie de la letra la acción de la novela, y en el fragor de la acción, han dado muerte a sus parejas, de forma involuntaria, claro. Que se sepa, uno ha sido en España, poniendo en práctica los juegos eróticos del afamado librito y otro en Baviera. Cierto que todo el mundo lleva dentro un punto de masoquismo y otro de sadismo, pero al igual que otros impulsos hay que saber controlarlos y, desde luego, meterse en el pellejo de un personaje de ficción nunca trajo buenos resultados. Ejemplos los encontramos por todas partes pero nunca se supo de consecuencias dramáticas derivadas de obras de la literatura universal como el «Kamasutra», «Los crímenes del amor» o «Las 120 jornadas de Sodoma» trajeran tan dramáticas consecuencias.