Alfredo Semprún

Córcega: «noche azul» para el ministro

Cuando a los nacionalistas corsos se les hincha la vena reivindicativa suelen organizar una «noche azul». No tiene mucho misterio: reúnen a los muchachos y vuelan con explosivos una docena de objetivos. El virtuosismo estriba en que las bombas estallen simultáneamente a lo largo y ancho de la isla. Algunos creen que la expresión «noche azul» se refiere a las luces de emergencia de los coches de Policía, que iluminan la noche mientras danzan de un lado para otro al ritmo de las explosiones. Podría ser, pero en Córcega, las deducciones lógicas nunca han tenido buena Prensa. El sábado, la isla mediteránea, patria chica de Napoleón Bonaparte, celebraba el día de su «identidad nacional», que coincide con la fiesta de la Inmaculada Concepción, y acababa de recibir hacía una semana la visita del ministro del Interior, Manuel Valls. El nuevo «superpolicía» de Francia cumplía con esa tradición no escrita que consiste en comenzar la legislatura prometiendo fondos y respaldo institucional para reforzar la lucha contra los bandidos y los independentistas corsos. Todos hacen como que se lo creen, posan para la foto y desean al ministro que tenga un buen viaje de vuelta al continente. El caso es que después de que Valls cruzara el ventoso golfo de León, una patrulla de la Gendarmería interceptaba un vehículo sospechoso en las proximidades de la ciudad de Calvi. El registro arrojó un cordón de explosivo plástico y un detonador. El conductor fue identificado como militante del Frente Nacional de Liberación de Córcega. Serían, aproximadamente, las nueve de la noche. Tres horas después, la «noche azul» estaba en todo su esplendor: 23 edificaciones, muchas en construcción, volaban por los aires en Coti-Chiavari, en las estaciones balneario de Propiano y Bonifacio, en Oletta, Bastia, Furiani y en la propia Calvi. El hecho de haber capturado a un tipo con explosivos y detonadores no fue suficiente para evitar los ataques. Todos los objetivos atacados son residencias de veraneo propiedad de forasteros o de inmobiliarias. La cuestión no puede ser más simple. Dado que el precio de la vivienda en Córcega no deja de aumentar por culpa de los extranjeros, conviene adoptar medidas disuasorias. En mayo ya habían volado otras 24 casas, aunque el récord está en los 48 atentados simultáneos de principios de la década. Los terroristas también están preocupados por el aumento del coste de la vida y, en septiembre, dinamitaron 7 supermercados, a lo que hacen responsables de lo caro que se ha puesto todo.

Pero el problema para la coherencia del relato nacionalista –pobres corsos que se defienden de la explotación exterior– está en el pequeño detalle de que las mafias locales siempre han tenido intereses en las inmobiliarias y en las cadenas de distribución; además de en el juego, la prostitución y las drogas. El mismo viernes, también en la ciudad de Calvi, unos sicarios habían ametrallado a un tal Jémery Mattioni, con antecedentes penales, que regentaba un club nocturno. Le sorprendieron en el coche, al salir de su casa, y no les importó que viajara acompañado de un sobrino de 11 años, que resultó herido. Y es que la dureza de la guerra por el control mafioso de la isla está acabando con las más «honorables» tradiciones corsas. ¡Si Jean Jé Colonna, el gran padrino, levantará la cabeza..! Él nunca disparó a un menor, pese a que ajustó personalmente las cuentas, uno por uno y durante veinte años, a quienes habían asesinado a su padre. Lástima que en 2006 sufriera un aneurisma de aorta al volante justo en el momento de cruzar un puente. Se estrelló contra un pilar y se abrasó. La disputa por la herencia desbarató el equilibrio que mantenían los distintos grupos, en especial el llamado «Brisa del Mar», y, desde entonces, Córcega es el escenario de una guerra de clanes que en los últimos tres años se ha cobrado 59 vidas. Por cierto, la Policía francesa que ahora dirige el señor Valls no ha resuelto ni uno sólo de esos crímenes.