José María Aznar Botella
De aquellos barros
Ahora que los mercados esperan sobrecogidos los resultados de las elecciones italianas, me acuerdo de la eufórica reacción del personal cuando desde Berlín se decidió derrocar a los gobiernos democráticamente elegidos en Italia y Grecia. Entonces me escandalicé y advertí del riesgo. ¿Qué pasaría en caso de fracaso de los nuevos gobiernos impuestos por Europa?, ¿hacía donde giraría entonces el electorado?, ¿cabría esperar una feroz reacción antieuropea?
En Grecia se salvaron los muebles de milagro ante el empuje de la izquierda radical, y ahora en Italia vemos cómo el guardián de la ortodoxia europea puede que no llegue ni al 10% del voto. Triunfan los mensajes antieuropeos del cómico Grillo y de Berlusconi, y resulta imposible vislumbrar que de las elecciones del domingo salga un gobierno estable.
De lo que pase en Italia habremos de tomar buena nota aquí. Al margen del terremoto financiero que pudiera ocasionar un resultado indeseable en Italia, se deberían extraer lecciones del resultado cosechado por Monti, cuya candidatura presenta como principal aval una gestión aseada de las cuentas públicas. Resulta que, como Monti, se habrá dado cuenta de que la política es algo más que la gestión del día a día de la economía.
La sociedad vive la situación actual angustiada y desesperada y parece que quiere algo más que un proyecto para el día siguiente, y le importan más cosas que la evolución de la prima de riesgo. Las recomendaciones de Europa son buena medicina, pero esta crisis es tan sistémica como lo es económica y para salir de ella va a hacer falta algo más que ortodoxia económica.
Se van a necesitar proyectos de país ambiciosos que conciten la ilusión y esperanza de la sociedad, y si estos no son articulados por los partidos tradicionales, lo acabarán haciendo otros mejores o en el peor y más probable de los casos los iluminados de turno.
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