María José Navarro
Deberes
Hay un colegio en Oleiros, A Coruña, donde se ha vuelto a abrir el cansino asunto de los deberes. Cuando los cuarentones de ahora éramos pequeños, nuestros padres no se planteaban si aquello nos hacía bien o mal o si nos impedía jugar el tiempo suficiente. Simplemente había que hacerlos. En ese colegio, el Isidro Parga Pondal, parece que algunos profesores sí ponían a los chicos tareas extraescolares, saltándose una norma que está vigente en toda Galicia desde 1997 y que especifica que sólo los alumnos de segundo y tercer ciclo de primaria con ausencias prolongadas a clase podrán tener tareas para completar en casa. Un padre partidario de esa norma denunció en varias ocasiones a los profesores del centro, de tal forma que los docentes decidieron evitar problemas y dejaron de mandar deberes a los muchachos. Ahora es otra madre la que ha iniciado una campaña al revés, convencida de que, lejos de perjudicar a las criaturas, esas obligaciones los benefician. Yo ya advierto que en este asunto no tengo ni idea. Hablo con amigos que enseñan y me cuentan que están absolutamente en contra de las tareas fuera del horario escolar, pero desde la experiencia propia de aquellos años en los que aún tenía las carnes prietas, agradezco que me permitieran aprender a tener obligaciones, responsabilidades individuales y a reflexionar sobre lo escuchado durante el día. Recuerdo, además, que los hacía en casa con la merienda, y que también aquellos bocadillos me mostraban el camino de la disciplina y el esfuerzo. Los lunes fuagrás, los martes membrillo, los miércoles salchi o chori, los jueves de nuevo membrillo de tres colores, y los viernes fuagrás otra vez. Tan seco ya que había que agarrarse a una verja para poder tragar.
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