Cristina López Schlichting
Del carro al 600
«No me gusta que a los toros te pongas la minifalda...» a mis hijos les suena a marciano. Era otra España: la mini revolucionando la sociedad de la pañoleta, las corridas como gran espectáculo catalán y el hombre poniendo normas a la mujer. Manolo Escobar nos acompañaba todos los días en el autobús del cole, como «Hoy cumple mi niña un añito más», de Perlita de Huelva, o «Su Primera Comunión», de Juanito Valderrama. Con él se va la España de mi infancia, la feliz historia de los niños del tardofranquismo a los que nuestros padres regalaron el progreso de los 60, construido con un esfuerzo impresionante. La biografía de Manolo Escobar es la de millones: un andaluz, quinto de diez hermanos, que emigra con 14 años al barrio chino de Barcelona en los 40. Mi abuela me explicó las modas de las verbenas en los patios, con farolillos de papel y espectáculos pequeños, y Manolo Escobar nació artísticamente así, de verbena en verbena con varios de sus hermanos tocando la guitarra. Hasta su matrimonio fue de época: se enamoró de una turista alemana en Playa de Aro, Anita Marx, se casó en Colonia y en Navidades la llevó a su tierra, Almería. Los sesenta y setenta fueron los de «La minifalda», «El Porompompero», «Mi carro» y «Y viva España». Esta última vendió 10 millones de copias en un país que no tenía ni cuarenta millones de habitantes, pero donde todo el mundo aspiraba al coche, la lavadora, el televisor y las vacaciones en la playa. Tras el horror de los años 40 y la pobreza extrema de los 50, empezaba una época de esperanza que Escobar cantó con canciones inocentes y divertidas, llenas de extranjeras, vino, romances y pueblo. Nos ha visto crecer y con él se van cierta inocencia, cierta ilusión, cierta simplicidad. Nos da una pena doble, por él y por nosotros. Gracias de corazón, amigo.
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