Julián Redondo
Del hundimiento a la sucesión
El 6 de julio de 1996, a menos de tres kilómetros de la meta en la cima de Les Arcs, la radio del Tour anunciaba «problemas para Indurain». Alarma. Miguel, que una hora antes había rechazado comer, estaba seco. Fue la primera pájara que le conocimos, o la primera que no pudo disimular. Lebreles como Riis, Berzin, Rominger, Ullrich, Olano o Escartín reaccionaron en cadena temerosos de que la abdicación del rey sólo fuera temporal. Fue más que un indicio. Hautacam y después Larrau, camino de Pamplona, culminaron el destronamiento y empezó la sucesión, salpicada de escándalos y sazonada de tramposos que buscaron la gloria del pentacampeón español por atajos prohibidos. La caída de España en Brasil, la selección que ha practicado el fútbol más atractivo, convincente, espectacular y vistoso de los últimos seis años, modelo a imitar refrendado con dos Eurocopas y un Mundial, recuerda el calvario de Indurain en aquel puerto inédito. Un desfondamiento atroz y prematuro en los Alpes, como el segundo tiempo contra Holanda, y el castigo sucesivo en las etapas posteriores hasta cobrarse las últimas energías del campeón, como el partido contra Chile. No bastó en Maracaná la vergüenza torera para contradecir a la realidad. Estaban secos. La paliza holandesa fueron cinco tiros en la cabeza de la Roja, incapaz de disimular los defectos, o el paso del tiempo, insuficiente para sobreponerse al mandoble; desmoronada, rendida, hundida, acaso sin tener conciencia de ello, hasta que los chicos del Cono Sur la abatieron sin piedad.A miles de kilómetros de Curitiba, paisaje desolador, víacrucis de cinco días, el calor del Congreso y el fervor de los madrileños daban la bienvenida al nuevo Rey. Algunos ahorraban aplausos en la sucesión; su apuesta es la secesión, allá ellos. Y allá quienes justifican su frustración culpando al seleccionador y a la Selección de todos los males. Evitemos la tentación, apoyemos el sólido discurso de Felipe VI y unámonos al mensaje de Felipe... González: «Toda mi solidaridad con la Roja». Que la sucesión de las leyendas en el ocaso y de Vicente del Bosque, tan consciente de su responsabiliad que no se aferrará al cargo, sea transición pacífica, libre de recados apocalípticos y venganzas de telepredicadores. Comienza un nuevo ciclo, esperanzador porque hay relevos. El mundo no se acaba en Brasil, como no se terminó en Les Arcs.
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