Política

José María Marco

Desafío nacional

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Lo de ayer de Cataluña ha sido y va a seguir siendo calificado de farsa, de disparate, de esperpento, entre otras cosas. Lo es, sin duda alguna, y de ninguna manera serán aceptables las cifras que suministre la «macroencuesta» festiva y participativa de la que ayer se responsabilizó, como era de esperar, Artur Mas.

Otra cosa es que queramos no darnos cuenta de los efectos que los hechos de ayer tienen en la sociedad española. El primero, en Cataluña, al consolidar un bloque independentista que ha cobrado fuerza por sí mismo. Habrá matices en función del grado de participación que constaten, o se inventen, los promotores del festejo. Los habrá en menor grado si se tiene en cuenta el acto en sí. Después de esto, es difícil que haya marcha atrás. El independentismo ha absorbido al catalanismo, que en realidad estaba pensado para este objetivo. Su fracaso es su éxito, como está escrito desde el principio en los textos fundadores del nacionalismo catalán.

Ayer los nacionalistas mostraron a cuántos catalanes han logrado convencer de que España no es digna de la Cataluña nacionalista. Por eso, otro efecto de la «macroencuesta» festiva es corroborar el cambio de percepción que se ha producido con respecto a Cataluña en el resto de España. Hace tiempo, Cataluña era percibida como una zona –o un país– desarrollado, moderno. Ahora es percibida como una sociedad cuya afirmación identitaria requiere acabar con la nación española. Las consecuencias de esta realidad todavía reciente se irán viendo de aquí en adelante. No serán buenas para nadie, y menos que nada para Cataluña. Mostrar el desprecio tan a las claras tiene un coste, que será muy alto.

Empezar a rectificar este gigantesco disparate requerirá un esfuerzo comparable a la desidia y a la dejadez con que se ha tratado el asunto durante décadas. No se hará nada serio, ni benéfico, mientras los dirigentes españoles sigan sin querer darse cuenta del significado de su nacionalidad y de las responsabilidades políticas que han aceptado al representar a la nación española.

De hecho, es probable que, después de lo de ayer, ninguna reforma sea creíble si no va precedida de una reafirmación de la idea de España. Esa es la base de la respuesta liberal y democrática al nacionalismo catalán. También es la base de cualquier coalición social y política capaz de plantear un proyecto inteligible e integrador. Y no hace falta esperar a que todos los partidos nacionales se pongan de acuerdo para planteárselo de este modo a los españoles.