Alfonso Merlos
Destrucción masiva
Va en el ADN del yihadismo: perpetrar atentados con la vocación de máxima letalidad. El mayor número de muertos posible, el efecto propagandístico más profundo tras cada atrocidad. Y el grupo de Ceuta no era una excepción. Según revela LA RAZÓN, los explosivos estaban al alcance de estos terroristas y, por consiguiente, la capacidad y la voluntad de causar pánico, dolor y estragos en el corto plazo.
Así se entiende mejor la acción coordinada y anticipatoria de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. El crimen era cuestión de poco tiempo. Más detalles de los que podíamos llegar a sospechar estaban planificados.
España, conocido lo conocido, demuestra dos cosas. Primero, que las herramientas legales de las que disponemos –por perfectibles que puedan ser, que lo son– están probando una gran eficacia, bien manejadas, para cortocircuitar este tipo de violencia. Segundo, que hemos interiorizado que una ineludible y primera línea de defensa frente a este enemigo debe pasar por frenarlos, con el aval de la democracia y el Código Penal, lo antes posible.
Estos autoconstituidos soldados de Alá no dejan de innovar en sus métodos de organización, financiación, reclutamiento, entrenamiento y en la propia forma de culminar sus ataques, como ocurrió en Francia. Pueden recurrir a armas cortas, automáticas o semiautomáticas. Pero el control de explosivos, su tráfico y su manejo les va a seguir permitiendo culminar sus sueños de destrucción masiva. Siempre que no les paremos. Ahí estamos. No podemos fallar.
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