Alfonso Ussía

Día, hora y voy

Día, hora y voy
Día, hora y voylarazon

Paso unos días en el norte. De España, claro. Muy fundamental tiene que ser el motivo para que abandone mis verdes enfrentados y me presente en Madrid, tan áspero y querido. El pasado año lo hice para admirar el enorme cartel con la efigie del guerrero invencible Gómez que cubría todo el edificio de la Plaza del Callao donde el PSM tiene su sede. Un viaje sin premio, porque al llegar a Madrid ya lo habían quitado. No obstante, guardo como oro en paño la fotografía, y de cuando en cuando, si me siento asaltado por las melancolías, la tomo en mis manos y la beso. El español cuando besa, besa también de verdad, aunque mis ósculos al invencible Gómez nada tienen que ver con el sexo, eso que el gran poeta gaditano Fernando Quiñones, en sus nostalgias de Puerta Tierra y la Caleta, llamaba el «apetito sesuá».

¿Qué me impulsaría a dejar mis prados para recuperar el cemento? Sólo una convocatoria de rueda de prensa de Toxo y Méndez en la que expliquen sus posturas ante la implicación de CCOO y UGT en la estafa de los ERE de la Junta de Andalucía. Se me antoja de extrema gravedad que hasta el momento permanezcan mudos, como jiráfidos escondidos. Además, se acerca el Primero de Mayo, y en esa fecha tendrán que apoyarse en un buen argumento para organizar la romería de todos los años. No creo que el silencio les termine por resultar provechoso, por que su prestigio se mueve por bajuras tales que mucho y muy bien habrán de hablar para convencer a los escépticos. Otra cosa es que a la romería acudan los liberados, pero esa presencia es obligada y concuerda a la perfección con sus obligaciones. El que no se manifieste no cobra. Y me parece bien. Es una norma de disciplina sindical que no merece revisión alguna.

Me movería hasta Madrid porque, además, admiro profundamente la belleza homilíaca de ambos dirigentes. En esta España nuestra, en la que cada día hablamos peor en público, la calidad en los discursos de Toxo y Méndez sobrevuela a las mayores exigencias. Méndez más apasionado y Toxo más inmediato a la templanza. No les va a resultar fácil hacer olvidar la desagradable imputación de la juez Alaya, pero esos picos de oro están capacitados para desdibujar cualquier mancha de sospecha. Guardo en mi casa todos los discursos de Toxo y Méndez pronunciados al final de las manifestaciones, unos mil aproximadamente, y dedico dos horas de cada jueves a oírlos para mejorar mi dicción. Desde que lo hago, mis conferencias van siempre acompañadas del júbilo, el éxito, y alguna que otra –no todas, seamos humildes– salida a hombros de los auditorios. Y esa brillantez se la debo a Toxo y Méndez, herederos directos de Castelar y Silvela, si bien no coincidentes en la ideología. Pero me pregunto: ¿Tiene algo que ver el arte con la militancia? Y me respondo inmediatamente: No.

Mi admiración por Toxo y Méndez se sostiene en las formas, no en el fondo. Lo que dicen, la verdad, nada me interesa, pero me entusiasma la manera que tienen de decir lo que no oigo. Se trata de la armonía, de la música, de los violines que de golpe se convierten en instrumentos de percusión que levantan nuestro ánimo. Lo que se llama la culminación del arte de la oratoria. Se acostumbra mencionar a Demóstenes y Platón, lo cual resulta una pedantería.

El problema es que no están disponibles. Han enviado a Sevilla a dos segundones para intentar arreglar los jarrones rotos en unión de los dirigentes locales de sus sindicatos, pero no han obtenido ni beneficio ni crédito en su comparecencia. Han dicho que es mentira, es decir, que la juez Alaya miente, que Lanzas no ha cobrado once millones de euros y que los sindicatos CCOO y UGT no se han embolsado cinco millones de euros que pertenecen a los trabajadores por no hacer absolutamente nada. Las acusaciones son de tanta gravedad, que urge la convocatoria de una rueda de prensa de los dos líderes supremos. Pero o están reunidos y no pueden ponerse al teléfono o disfrutan de unas merecidas vacaciones en la mar y no quieren fastidiar el descanso y la molicie de sus familiares.

Pero si al fin aparecen, que me digan el día y la hora, y voy.