Francisco Marhuenda
Diez meses de campaña
Las elecciones autonómicas andaluzas son el inició de un ciclo electoral clave que finalizará con las generales a final de este año. En pocos meses se concentrarán la convocatoria andaluza, las autonómicas y municipales, las catalanas y, finalmente, las generales. La realidad es que acabaremos agotados, no sólo los políticos sino el conjunto de los españoles, con está sucesión ininterrumpida de campañas que, en realidad, será una que se alargará durante diez meses. En su conjunto son fundamentales porque España se juega la necesaria estabilidad para conseguir que el proceso de recuperación permita que nuestra economía alcance una velocidad de crucero con un crecimiento que esté alrededor del 3 por ciento y una importante creación de puestos de trabajo.
No recuerdo diez meses tan intensos como decisivos. La coincidencia de tantas convocatorias, tras un periodo de crisis económica tan duro como largo, llena el panorama de una cierta incertidumbre. Es evidente que sigue existiendo un fuerte malestar hacia los dos grandes partidos que han sido determinantes para el extraordinario salto que ha tenido España desde la Transición hasta nuestros días. Con una cierta frivolidad se cuestiona ahora ese bipartidismo imperfecto, pero la realidad es tan evidente que desmonta los falaces argumentos que se utilizan para descalificarlo. La estabilidad política que se ha vivido desde las primeras elecciones generales ha sido determinante para el desarrollo económico, social e institucional, que ha vivido España y que la han situado entre las diez naciones más importantes del mundo. Nada de ello hubiera sido posible desde la inestabilidad o el radicalismo político.
Es comprensible que algunos se dejen seducir por los cantos de sirena de formaciones que nunca han tenido responsabilidades de gobierno y que pueden prometer aquello que saben que nunca podrán cumplir. Es algo que encontramos tanto en la derecha como en la izquierda, porque la realidad es muy distinta cuando se tiene que gobernar desde la responsabilidad, la coherencia y la eficacia. La crisis económica y los escándalos de corrupción, antiguos pero muy presentes por su lógica judicialización, ha provocado un desgaste tanto en el PP como el PSOE. Lo que ha sucedido en Grecia demuestra las consecuencias de optar por una formación neocomunista que utiliza el populismo como instrumento para ganar votos.
Tsipras tiene ahora que hacer todo lo contrario de lo que prometió y que le permitió conseguir el 35 por ciento de los votos y la mayoría parlamentaria gracias a un sistema griego que otorga 50 diputados adicionales al partido que gana las elecciones. Pablo Iglesias y Podemos, que representan el fracaso de la izquierda española, son un fiel ejemplo de este modelo de hacer política basado en prometer aquello que es imposible cumplir. Cabe esperar que tanto el PP como el PSOE mantengan sus posiciones y que los españoles apuesten por aquellas formaciones que con sus aciertos y errores, han sido capaces de pilotar el desarrollo económico y social que ha vivido España en las últimas décadas. Los dos partidos se están renovando a marchas forzadas y se han buscado carteles electorales capaces de dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos en todos los ámbitos. El PP se juega mucho porque ha conseguido que España salga de la crisis, pero los escándalos de corrupción, que afectan a muy pocos militantes de esta formación y que son de hace años, siguen todavía presentes. Es cierto que los afectados han sido expulsados del partido y que caras nuevas ofrecen un proyecto sólido, serio y riguroso tanto para seguir en los gobiernos como para asumir el relevo. Las urnas darán una respuesta a estos esfuerzos. Hay que recordar que otras opciones representan un grave riesgo aunque ofrezcan proyectos utópicos inalcanzables. España no vive aislada del mundo, sino que necesita mantener su ritmo de crecimiento en el marco de la Unión Europea. Los planteamientos neocomunistas sólo provocan incertidumbre y retroceso económico y social. La historia nos demuestra que siempre ha sido así. La España constitucional no debería caer en el error histórico de permitir gobiernos de izquierda radical en las diferentes administraciones. El resultado sería catastrófico. El temor a ello es una pesada sombra que afecta a la recuperación y es contemplada con inquietud por los inversores. Las empresas están preocupadas, aunque se espera que las urnas no den la espalda a la estabilidad y el crecimiento económico. Se equivocan los que piensan que gobiernos participados por Podemos no tendrían unas consecuencias letales. La economía necesita estabilidad política y se tambalearía con la inestabilidad y las recetas comunistas. España no es un país en vías de desarrollo y no tiene nada que ver con Venezuela, Argentina, Bolivia o Ecuador. Las elecciones serán una gran oportunidad para apostar por el futuro de España.
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