Elecciones Generales 2016

Difícil entendimiento Rivera-Rajoy

La Razón
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Este tipo de debates electorales no están hechos para hacer amigos. Tampoco sirven, tal como se comprobó anoche, para aclarar y confrontar programas y proyectos políticos con sosiego. En contra de lo que defienden con ahínco conocidas terminales mediáticas del Partido Socialista, el personal está harto de confrontación política después de asistir a la campaña electoral más larga de la democracia, en la que se han multiplicado los debates dentro y fuera del Parlamento. Aquí todo el mundo sabe ya de qué pie cojea cada uno. Es natural que los que se ven descolgados en las encuestas se agarren a estas demostraciones de cara al público para intentar atraerse a algunos indecisos. Pero tampoco el formato ayuda a animar a los desanimados y a aportar algo de claridad. El hecho de que compitan cuatro candidatos, dispuestos a lanzarse invectivas, con argumentos preparados, y a destruirse, si pueden, unos a otros con todas las armas de la propaganda política, conduce lamentablemente a la confusión y a la antipolítica. En este campo juega con ventaja el representante de Podemos, un partido-movimiento engendrado en los estudios de televisión que se ha propuesto acabar con el régimen democrático establecido. Entre unos y otros lo han convertido en algo más que un globo morado, hinchado de aire.

Los cuatro contrincantes han tenido que embridarse algo para no hacer más difíciles los pactos, que serán inevitables tras conocerse el resultado de las urnas. No siempre han podido contenerse en el fragor de la refriega. El que llegaba más dispuesto a mostrarse conciliador con socialistas y Ciudadanos para facilitar esas alianzas futuras ha sido Mariano Rajoy, que, sin embargo, no ha tenido más remedio que defenderse del acoso inmisericorde a que ha sido sometido por todos. La consigna no parecía otra que acabar con Rajoy. El político gallego es un buen dialéctico, muy experimentado, y no se arredra. Está acostumbrado, con aparente sosiego, a ganar todos los pulsos. Así que se ha acogido a la ley de la legítima defensa y, de paso, se ha convertido en el centro de la reunión. Eso le ha beneficiado electoralmente. El otro polo del debate era Pablo Iglesias. Su actuación ha estado cargada de sutilezas. Tenía que demostrar que en la izquierda manda «Unidos Podemos», pero tratando de atraerse al PSOE, sin humillar a Sánchez, operación imprescindible para alcanzar el poder, que es de lo que se trata. Lo ha hecho con descaro, abiertamente.

El candidato socialista es un jabalí herido, al que le duele el fracaso de la investidura y la deriva de las encuestas, y se ha revuelto a la desesperada con especial y persistente ensañamiento contra el candidato popular. Se ve a la legua que él prefiere entenderse con Podemos, a pesar de reprocharle lo que pasó. Esa simpleza de la pinza con el PP. No es probable que le dejen los suyos. Su sueño más acariciado es volver al pacto con Ciudadanos, si el electorado responde, y lograr esta vez en última instancia la abstención del PP o de Podemos para evitar males mayores. Una repetición de la jugada, en la que también anda el candidato de Ciudadanos.

Entre Albert Rivera y Pedro Sánchez no ha habido confrontación alguna. Así que tácitamente el pacto sigue vigente. Rivera ha embestido con dureza a derecha e izquierda en busca de la centralidad. Sus arremetidas personales, sobre todo en el tema de la corrupción, son las que más han dolido a Rajoy, que ha acusado el impacto. Ocurre esto cuando todo el mundo piensa que el Partido Popular y Ciudadanos están condenados a entenderse por el bien del país. A la luz de este debate, el pacto con Rajoy de presidente, visto lo visto, va a ser difícil, si no imposible. Desde luego, una confrontación tan abierta no ayuda al entendimiento.