Martín Prieto
Dimisión de Wert
Hasta las hemerotecas tienen flaca la memoria y ya no recordamos que en primavera la oposición amenazaba con una moción de censura derrotada de antemano por la aritmética parlamentaria (pero desgastante), exigía la dimisión de Mariano Rajoy, pedía el cese de todo su Gobierno, la disolución de las Cortes y elecciones generales anticipadas. Todo en un mismo paquete y contra un PP con mayoría absoluta. Así las cosas mueve a ternura contemplar al pobre Rubalcaba pidiendo solemnemente la dimisión del ministro de Educación José Ignacio Wert por la extraña pamema de los «Erasmus» y sus recortes de ida y vuelta. Y es que la repetitividad debilita el argumentario, y no se debe amenazar con la bomba atómica para después arrojar un petardo. Una víctima de la Logse, supuesta representante estudiantil, pontificaba muy suelta de cuerpo que la minoría absoluta era la de Wert y la mayoría del PP sólo demagogia. Es obvio que la educación socialista (la única que hemos tenido en democracia) produce monstruos y que esta chica necesita la beca de Erasmo de Rotterdam para entender en alguna capital europea los fundamentos de la democracia representativa. Este clamor verbenero por la dimisión de Wert parece un trampantojo porque el ministro se quiere ir y, probablemente, no le dejan. Le contrataron para hacer una ley educativa penetrando en las reservas naturales y propias de las izquierdas que consideran la enseñanza de su propiedad, y lo hizo asumiendo risueño el papel de bestia negra de la alegre muchachada. Wert es hombre inteligente, culto, listo y bastante chulo, defecto aliviado por el sentido del humor y su simpatía cuando le pete. Ya ha declarado que da por terminada su etapa política; no quiere ser embajador en Washington o vicecomisario europeo. Quiere regresar a su casa, a ocuparse de su vida personal y de sus negocios demoscópicos que tan bien le van y mejor le irán si se ocupa de ellos. El caso es que en nuestra democracia los ministros no dimiten, sólo pueden ser destituidos. Boyer y González se enfadaron, como Pimentel y Aznar. Corcuera perdió una apuesta con el Constitucional por la patada en la puerta que preconizaba, y Asunción huyó en cuanto abrió los cajones de Interior, siendo un pretexto la fuga de Roldán. Wert está cautivo por cortesía política de la agenda de Rajoy. Por más o menos dotación de los «Orgasmus» este hombre ni se queda ni se va, y lo que se pretende crisis es otra hinchada de perro.
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