Historia

Ángela Vallvey

Divide

La Razón
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«Divide et impera (divide y vencerás)». Principio clásico que debería conocer cualquiera, no solo los gobernantes. Una regla infalible para obtener el poder, o para las relaciones sociales. Julio César hizo de ella la clave de su estrategia política, hasta que veintitrés dagas traicioneras se juntaron sobre sus costillas dejándolo para Urgencias. Dividir es dominar. Dividir al contrario es el principio de la victoria sobre sus restos fracturados. La división se puede observar ahora en, verbigracia, muchos partidos políticos, no sólo españoles, sino también europeos, sumidos en unas turbadoras discordias internas. Cuando un elemento extraño logre dividir a su enemigo, habrá ganado una batalla esencial, pero... cuando es uno mismo quien se divide, la cosa pinta rara, inquietante. Bien es verdad que, en los tiempos que corren, se está haciendo habitual la estrategia del «infiltrado»: enviar un submarino cargado con una gran potencia explosiva que contribuya a dinamitar bandas, organizaciones, personas, instituciones, incluso partidos... Gracias a los infiltrados se han podido desactivar desde antiguo amenazas muy importantes. El infiltrado divide, luego vence. El infiltrado es como esa rayita horizontal, el símbolo matemático de la división, que con su sola presencia activa la partición, y por tanto el principio de disolución del problema. ¿Qué ocurre con los partidos políticos? ¿Se están escindiendo solos, víctimas de la convulsión ideológica –pero sobre todo económica– que padece Europa? Sabido es que, cuando falta el combustible del dinero, la máquina se gripa rápido. La pérdida de poder también es disolvente. El poder aglutina; la falta de él, descompone. La decadencia partidaria puede, asimismo, tener relación con maniobras para manipular a los adversarios, artimañas que se han vuelto hoy tan fáciles como sofisticadas. Los conspiranoicos apuestan por esta última opción, mientras los escépticos creen que la división es la consecuencia lógica de la pérdida de la «hegemonía» ideológica, política, en Occidente. Hay, quizás, de todo un poco. El corpus de la mentalidad colectiva se fragmenta, el poder también. Ello conlleva una pérdida trascendental de dominio para quienes estaban acostumbrados, hasta ahora, a mandar sin trabas. El «impera» se hace más complicado. La diversidad, traducida en representatividad, parece enredar el tablero del poder. Pero no hay que preocuparse demasiado: los puñales suelen establecer con facilidad alianzas de conveniencia. Por puro afán de equilibrio. (Mira Julio César)...