Relaciones internacionales
¿Dónde está el jefe?
El asunto tiene guasa. Llevamos cinco décadas oyendo que Estados Unidos está en decadencia, viendo cómo ponen a caer de un burro a sus presidentes en nuestros telediarios, aguantando la monserga de que es un país despiadado cuya influencia es nefasta, y llega una crisis y todos los ojos se vuelven hacia Washington. Y las miradas no son airadas, sino implorantes.
Pasó en los años noventa cuando la antigua Yugoslavia saltó en pedazos, ocurrió hace nada cuando Rusia empezó a darle zarpazos a Ucrania y ha vuelto a repetirse cuando los facinerosos del Estado Islámico han tapizado de cadáveres Oriente Próximo y millones de desventurados no han visto otra que echarse la familia a la espalda y salir corriendo.
Los mismos que se han hartado de echarles la culpa de todo a los «imperialistas norteamericanos» y les recriminaban su «intervencionismo» exigen ahora que se entrometan al precio que sea y resuelvan el entuerto. Políticos e intelectuales de izquierda, que se quejaban amargamente del exceso de poder yankee en el escenario internacional, coinciden ahora en que sólo unos revitalizados EE UU impedirán que la economía mundial pueda hundirse en el abismo y sería conveniente que el Pentágono, al Departamento de Estado y la CIA tomen un papel más activo en Irak, Siria, Libia y esos mataderos que proliferan en el extrarradio de nuestra linda Europa. No son sólo los progres de toda la vida quienes han cambiado súbitamente de opinión. De repente, la gente parece haberse dado cuenta de que Rusia, China, India o la Unión Europea carecen de capacidad, peso, autoridad y decisión para ocupar el puesto en la cumbre y que la alternativa a un planeta no dominado por EE UU es, hoy por hoy, un planeta sin dirección. Esa percepción contribuye a dar mayor trascendencia, si cabe, a la carrera hacia la Casa Blanca, que se está disputando al otro lado del Atlántico y que se decidirá el próximo 8 de noviembre de 2016. En los cinco meses que restan para la votación, puede pasar de todo pero de no ocurrir una catástrofe: el asunto se dirimirá entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano –o lo que sea– Donald Trump. Al día de hoy, Hillary marcha como clara favorita. No es santa de mi devoción y basta repasar su carrera para llegar a la conclusión de que tiene más agujeros que un colador, pero con ella nos ahorraríamos sorpresas. ¿Imaginan la cara que se les pondría a algunos si dentro de 157 días, cuando finalice el recuento, resulta que el nuevo jefe del planeta se apellida Trump?
✕
Accede a tu cuenta para comentar