Pedro Narváez
¿Dónde está el PSOE?
Si realmente el Ayuntamiento de Madrid es una avanzadilla de la política podemita y socialista para las generales, el vetusto palacio de Moncloa sería más bien uno de esos episodios que se repiten sin freno en las madrugadas insomnes de «Aquí no hay quien viva», el disparate nacional al ritmo de vodevil, género anarcoburgués con el que Pablo Iglesias podría aprender a reírse de sí mismo ahora que aparece tenso y contradictorio como un adolescente al que no le compran la moto. Se nos pusieron los ojos de Marujita Díaz cuando el caudillo de Podemos afirmó el lunes en Onda Cero que una cosa es lo que se promete y otra lo que la responsabilidad de Gobierno permite hacer, convirtiéndose así en un personaje entre paréntesis dentro de una larga subordinada que no desemboca y que admite al fin que el polígrafo de la realidad griega ha decidido que miente. Madrid es la cuerda con la que se ahorca Podemos y con la que ensaya su suicidio el PSOE. Los ventrílocuos de Carmena tratan a Carmona como el trapo con el que limpiar su mugre totalitaria. Los socialistas son el muerto en el entierro, actores de un grito mudo. De divos de la ópera en tiempos de Zapatero a entremés de la «vedette» del momento. Soportan el ninguneo de Maestre, se abstienen en Navarra en la investidura de una abertzale que va por derecho, intentan seducir a Cataluña, el mayor desafío al que se enfrenta España en décadas, no con una idea de nación, sino con una reforma constitucional en la que no creen todos sus acentos, sobre todo el andaluz. El PSOE parece un holograma de serie «b». Si el juego se reduce a ver quién tiene la renta mínima más larga, pueden ir cortándola porque no tendrán personas para repartirla.
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