Parlamento Europeo
Donde va Europa
El papel de la UE en el contexto internacional ha venido sufriendo un deterioro progresivo agudizado por la crisis económica mundial, al que se une su deterioro interno debido a la dudosa capacidad de los países miembros para mantener un Estado del Bienestar cada vez con menos recursos y más gastos; una población envejecida; una inmigración desbordada que no ha servido para cubrir la necesidad de nuevas generaciones capaces de sostener el sistema, que se ha percibido como una amenaza a los derechos y libertades de los nacionales; la ausencia de un liderazgo fuerte y un proyecto claro; y un crecimiento uniforme, desigual y quizás excesivo, con la incorporación de países con distintas dimensiones, capacidades y problemas. Además, la Globalización está suponiendo un cambio de paradigmas, de equilibrios tradicionales y desajustes a los que no ha sabido hacer frente, y su cuestionamiento ha aflorado con fuerza en muchos países hasta el extremo de que los británicos hayan aprobado su salida.
Ante este escenario la Comisión ha presentado el Libro Blanco sobre el futuro de Europa en el que llama a la reflexión sobre el mismo y las alternativas a considerar. Estas van desde acelerar la integración plena superando el impasse que ha producido el Bréxit, o volver a los orígenes de la misma, el Mercado Único. En el medio, continuar como estamos; acordar los temas más importantes entre los países y centrarse sólo en ellos; o impulsar las cooperaciones reforzadas entre países que quieran avanzar conjuntamente a un ritmo distinto.
Parece evidente que continuar con la situación actual no es una opción ante las dificultades y rechazos que provoca. Acordar los temas importantes con la estructura actual no es fácil, por lo que, frente a la “cooperación reforzada” y al coste de “retroceder” a los orígenes, se empieza a hablar de “las dos velocidades”.
Esta opción no es nueva en el seno de la UE. Se ha suscitado en muchas ocasiones. España ya participó en una cooperación a 5 en temas de Seguridad e Interior bajo el Gobierno de Aznar, en la que se consiguieron grandes avances en la lucha contra el terrorismo y la inmigración ilegal. De hecho, la Cooperación Reforzada es un avance en esa dirección ante la imposibilidad de poner de acuerdo a todos los países en asuntos de especial relevancia para algunos de ellos. Lo era en una Europa a 15 y lo es más en una Europa a 27, con países muy diferentes en tamaño y problemáticas.
La reciente reunión en Versalles de Francia, Alemania, Italia y España, -los cuatro con mayor peso económico e histórico-, ha apostado formalmente por avanzar en la integración, pero reconociendo explícitamente que para eso hay que aceptar que se haga a distintas velocidades por cada país, lo que ya ha provocado el rechazo y la crítica de otros como Polonia. El avance de esa integración debe alcanzar la política exterior, la defensa, la seguridad, la inmigración, la unión bancaria y fiscal, y un presupuesto propio, y no está claro que ni siquiera estén de acuerdo los cuatro en las condiciones para hacerlo y cómo, a lo que se añade que, al menos, tres de los cuatro tienen elecciones presidenciales este año, lo que deja en el aire la predisposición de los presidentes actuales.
A punto de celebrar los 60 años de su andadura Europa debe reflexionar sobre sus debilidades y fortalezas, lo que es útil y lo que no a los europeos, y construir un discurso ilusionante, un liderazgo fuerte y un funcionamiento operativo, o de lo contrario puede ver frustrado su proyecto de unión definitivamente.
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