José María Marco
Dos años de Gobierno
Mariano Rajoy tiene fama, bien ganada, de prudencia. No le gustan los gestos bruscos, ni las expresiones destempladas. Prefiere esperar a que el tiempo despeje una realidad poco clara y, en la medida de lo posible, posterga la toma de decisiones que le comprometerán. El mismo Rajoy cultiva asiduamente esta imagen de circunspecta, uno de los rasgos distintivos de su paso por el poder.
Son varios los hechos que explican esta forma de comportarse: el propio carácter de Rajoy, su carrera profesional y la preferencia por una forma de hacer política que dé prioridad a la negociación y al pacto, antes que al enfrentamiento y a la proclamación de la propia voluntad. Todo eso se combina con una situación muy particular. Y es que en la actual situación política, ni los nacionalistas ni los socialistas, que son los interlocutores de cualquier Gobierno del PP, aspiran a llegar al acuerdo. Al revés, están machaconamente obsesionados con manifestar la unilateralidad de sus opciones, la voluntad de llevarlas hasta sus últimas consecuencias, el empeño en negar cualquier validez a la posición del Gobierno.
Enfrentado a la imposibilidad de llegar a acuerdos, el perfil de por sí bajo de Rajoy se vuelve aún más inaprensible. Probablemente, es eso lo que ha permitido que se lleven a cabo reformas como las que se han llevado: en el sistema financiero, en el mercado laboral, en la contención del gasto, en las relaciones con las comunidades autónomas, en el sentido profundo de la unidad de España y en la supervivencia de las pensiones y del núcleo del Estado del Bienestar. Si alguien esperaba una revolución –con drásticas reducciones de gasto, recentralización y recortes duros en la Administración–, Rajoy no era el mejor candidato para ponerla en práctica.
En cambio, el carácter del presidente del Gobierno y su forma de hacer política han servido para evitar un rescate, que habría abierto una etapa convulsa –inútil por tanto– y habría desmantelado al Partido Popular. También han servido para sentar las bases de una cultura y una economía más realistas, más austeras, más conscientes y también más solidarias y menos egoístas, menos brutalmente olvidadas del prójimo y del bien común que lo que conocimos en los tiempos de endeudamiento y descontrol presupuestario. En vez de conducir al enfrentamiento, el estilo político del Gobierno seguramente está contribuyendo a sacar a la luz algo de lo mejor de los españoles. Es la base para construir una sociedad más humana.
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