Alfonso Ussía
Dos mil pesetas
César González-Ruano fue un gran escritor y mayor cínico. Presumía de ser hijo ilegítimo del Rey Alfonso XIII, estafó durante la Guerra Mundial a refugiados judíos que huían de los nazis, era «voyer» y escribía como los ángeles. Durante un tiempo le dedicó a Paraguay muchos de sus artículos de ABC. Era César hombre de gustos caros, y andaba tieso como la mayoría de sus colegas. En una tertulia, un amigo se lo anunció: –Conozco al embajador de Paraguay, y me ha dicho que si escribes tres o cuatro artículos elogiosos de su país te asignará en contraprestación dos mil pesetas mensuales–. Y se dispuso a escribir de Paraguay. Se volcó con Paraguay, hasta que Luis Calvo, director de ABC, le llamó la atención. –Ruano, a los lectores de ABC no les interesa lo que sucede en Paraguay. Bastante tenemos con España para que te dediques a escribir de la eficacia del Gobierno paraguayo y de la belleza de sus paisajes–. No obstante, una vez cada quince días, Ruano insistía con Paraguay.
Fue convocado por el embajador, al que no le cabía en el cuerpo su gratitud. Y Ruano acudió a la embajada. –Don César, no sabemos cómo agradecerle sus atenciones para con nuestra nación. Y me ha encargado el Presidente que le comunique que le ha sido concedida la Encomienda del Caimán en prueba de nuestra gratitud. Nos encantaría recompensarle de otra manera, pero ya sabe que la situación económica de nuestro país no nos permite darle lo que usted merece–; –me dijeron que serían dos mil pesetas cada mes–; –imposible, señor Ruano. Tenemos las arcas vacías. No hay dinero–; –pues si no hay dinero, señor embajador, permítame decirle y rogarle que se lo comunique a su presidente, que se meta la encomienda por donde le quepa y que su nación es de lo más chungo que he conocido en mi vida–.
Tiempos de la picaresca y, simultáneamente, de una loable administración del dinero público por parte del Gobierno de Paraguay. No estaba el país para darle a Ruano dos mil pesetas cada mes.
Y se cerró el asunto.
Podemos se ha creado y financiado con el hambre de los venezolanos. Han sido los venezolanos que nada tenían ni encontraban en su país los que han sostenido, sin ser consultados, desde Chávez a Maduro a los estrategas de Podemos, especialmente a Iglesias y Monedero. Y ahora se permiten agradecer al gorila sus transferencias dinerarias, acusando de golpistas y terroristas a los encarcelados en Venezuela por intentar devolver a su país a la libertad. En España defienden a Otegui y a la ETA, pero no condenan la tortura de los venezolanos presos, condenados por jueces y fiscales corruptos que amañaron pruebas y evidencias. No condenan que una sociedad que ha votado masivamente contra Maduro siga soportando la tiranía de quien no reconoce los resultados electorales. No condenan que una nación arruinada les haya enviado el dinero que los venezolanos necesitaban para subsistir. No han condenado la violencia oficial de Venezuela, ni que, gracias a sus consejos, la «Pequeña Venecia» de los españoles se haya convertido en la nación más peligrosa del mundo con centenares de crímenes cada día.
Próximamente recibiremos en LA RAZÓN al padre de Leopoldo López, y a la heroína de la libertad venezolana, Lilian Tintori, la mujer del preso cuyo juicio se amañó, como bien reconoció el fiscal, ya en el exilio. Recibiremos con honor a la dignidad y el coraje de la Venezuela viva y con futuro. A esa Venezuela que lleva sufriendo y llorando años y años de angustia y necesidades. No creo que acuda ningún representante de Podemos. Están comprados. Están vendidos. La amenaza de los papeles sobrevuela sus futuros, aunque los jueces españoles hagan todos los esfuerzos para no perjudicar a Iglesias. Recibiremos a los representantes de los perseguidos, que ellos llaman «golpistas y terroristas». Otegui es un hombre de paz, y Leopoldo López, un terrorista. En esas estamos. Por una vez, no estaría de más que acudiera a LA RAZÓN el amigo de Pérez y de Podemos que tanto daño ha hecho, desde la Sexta, a los luchadores por la libertad de Venezuela. Si hay que decirlo, se dice y nada pasa.
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