Julián Redondo

Dr. Zhivago

La Razón
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La afición que durante dos años y medio ha reducido a Casillas a la quinta expresión de su fiabilidad tiene memoria. Escéptica e incrédula, asistía a los milagros, y le discutía, recriminaba, protestaba, silbaba y hasta insultaba cuando en la cuesta abajo, el miserable declive psicológico, sólo hacía buenas paradas o encajaba goles antes inconcebibles. Este numeroso grupo de seguidores es inmune al alzhéimer que ha preparado la esquela de Omar Sharif. Ni olvidan ni perdonan. Es lo que se ha olido Sergio Ramos que le va a ocurrir a él y por eso quiere poner borceguíes en polvorosa. El problema entre el Madrid y Sergio no es el agente, René Ramos, que ha llevado a buen puerto la renovación de Marcelo, es la mala baba, rastro de un sujeto que dividió tanto y de tan mala manera que hay heridas que, abiertas a la nostalgia, no cicatrizarán en siete vidas. La de Casillas es tan profunda que, en la hora del adiós, ha preferido renunciar a cualquier homenaje por temor, quizá, a que los alborotadores habituales se lo reventaran. Iker acude ilusionado al refugio que le ha ofrecido en el Oporto Julen Lopetegui, antes que entrenador, portero. Y los porteros, en activo o retirados, se reconocen. Envueltos en una fama de locos inherente a la demarcación, se respetan. Respiran idéntico aire y se aprecian. Lopetegui cree que Casillas aún protagonizará tardes de gloria con 34 años y Casillas, congelados los pitos que escuchaba desde el calentamiento, está convencido de su resurrección y huye después de poner a salvo la socorrida dignidad: entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero. Iker puede contarlo, Ramos no quiere vivirlo y Omar Sharif ha fallecido. La muerte no tiene remedio, salvo para Lara, Tonya y el doctor Zhivago. Otra película.