Pedro Alberto Cruz Sánchez
El arte de los jeques
Los titulares gruesos que trascienden del arte contemporáneo provenientes de los países del Oriente Medio suelen hacer alusión a ese relato interminable de «récord Guinness» en compras y construcciones arquitectónicas. Tendemos a estereotipar aquella región del planeta como un todo compacto movido por idénticos intereses cuando, en realidad, el orden de prioridades varía sustancialmente en un entorno de unos cientos de kilómetros. Abu Dhabi, por ejemplo, se ha afanado en onerosas inversiones para la construcción de franquicias de grandes instituciones occidentales (Louvre, Guggenheim); Dubai carece de este tipo de infraestructuras pero dispone de una tupida red galerística y de una feria de arte consolidada desde 2007; y Qatar se ha singularizado por una pulsión compradora sin aparente límites. El problema, no obstante, que desvela esta especialización de los países de los petrodólares es que, en ningún caso, parecía existir una preocupación evidente por el arte contemporáneo árabe, por aquellos artistas que, desde ópticas muy diferentes, trabajan a partir de los códigos culturales tan determinantes vigentes en esta zona. Este hecho ha motivado que una exposición como la del Banco Santander en Boadilla del Monte, y que reúne 160 obras provenientes de los Museos de Qatar, resulte de un interés tan elevado. Aunque salpicada de nombres conspicuos del arte europeo (Magritte) o chino (Cai Guo-Qiang), la muestra permite atender la realidad de una producción artística nacida paradójicamente al margen y contra las instituciones. La lógica del mercado ha puesto a los jeques ante un callejón sin salida: o abren sus mentes o sus inversiones multimillonarias en artistas occidentales marcadamente disidentes pierden credibilidad y sentido.
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