Hollywood

El artista Brad Pitt

La Razón
La RazónLa Razón

Así es. Brad Pitt se ha puesto «manos a la obra». En un intento por hallar terapias que le ayuden a aminorar los efectos de su separación de Angelina Jolie, el famoso actor ha iniciado una singladura artística que parece tomarse muy en serio. Los lenguajes elegidos han sido la pintura y la escultura –en madera, arcilla, yeso–, cita a Picasso y reconoce unas ganas locas de encerrarse en su estudio y dejarse sorprender por la experiencia creativa. El paradigma no es nuevo. Anthony Quinn también se labró una carrera como pintor, en paralelo a sus éxitos como estrella del cine. Pero lo importante no es eso –es decir, que un celebérrimo actor decida generar su propio corpus artístico–, lo interesante, en este caso, es la radiografía lamentable que esta decisión de Pitt realiza de un mundo como el del arte contemporáneo. Efectivamente, el deseo de cualquier joven artista es convertir un determinado planteamiento estético y discursivo en una marca sólida capaz de posicionarse aventajadamente en el competitivo mercado. Cuando este difícil objetivo se ha cumplido la marca pasa a ser lo único que cuenta y la calidad de la obra se torna en un elemento irrelevante y hasta molesto. El mercado no piensa, compra. Y adquiere por imitación de lo que muchos hacen. Y, claro está, si, como se acaba de decir, la calidad es solo el estadio inicial de un proyecto que busca desesperadamente configurar una marca, la siguiente pregunta cae por el peso de su propia obviedad: Cuando la marca ya está creada y posee una repercusión global, ¿para qué empezar desde el principio y perder el tiempo en elaborar un lenguaje de calidad? Brad Pitt no necesita pintar y esculpir bien para vender a precios desorbitados y exponer en lugares de referencia. Su marca ya es ganadora, haga lo que haga. Y si los raperos y cantantes pop actúan como «performers» y comisarios –ahí está el caso de Jay Z o Pharrel Williams–, ¿por qué no una estrella del cine convertida en súbita representación del arte del siglo XXI? El tema es tan evidente como dramático. Lo peor –parece ser– está todavía por llegar.