Elecciones generales
El bloqueo que no cesa
Arranca la campaña electoral sin que se vislumbre un desbloqueo de la situación. El primero que parece empeñado en llevarnos a un callejón sin salida es el candidato socialista con el anuncio de su decisión irreductible de no tantear siquiera un posible acuerdo con el Partido Popular. Fue precisamente Pedro Sánchez el que, según la opinión general, tuvo más culpa que nadie con sus tejemanejes y sus líneas rojas, del mismo color que la rosa del partido y sus corbatas, de que haya que repetir las elecciones. Lo normal, como le aconsejaron inútilmente los pesos pesados del PSOE, habría sido que el grupo socialista hubiera permitido con su abstención gobernar al partido más votado. Nos habríamos ahorrado el estruendoso fracaso de la investidura y el coste de las nuevas elecciones. Se obcecó en que no y que no, y, por lo visto, sigue sin caer del burro. El caso es que, si se cumplen los pronósticos, que en esto son unánimes, el PP será, con más holgura que en los comicios del 20 de diciembre, la fuerza más votada. Seguirá teniendo, pues, la llave, tanto en el Congreso como en el Senado, de cualquier reforma a fondo que se pretenda. De nada sirve presentarse como reformista si, aunque se cumpliera su sueño de pactar con Podemos y sus satélites, no estaría en condiciones de acometer ninguna reforma de calado. Así que no parece de entrada muy inteligente el veto socialista, que supone un desprecio y, de paso, un estímulo a millones de ciudadanos votantes de la derecha. En política nunca dirás «nunca jamás». No es extraño que tanto Mariano Rajoy como Albert Rivera, que en esta nueva etapa están condenados a entenderse, le hayan reprochado, con buenas formas, su persistente intransigencia sectaria. Tampoco parece de recibo ni facilita la salida de la crisis el veto previo de Ciudadanos a Rajoy, metiéndose en camisa de once varas.
Pero ésta se presenta como una batalla secundaria. Conociendo el talante negociador de Ciudadanos y de los populares, al final se impondrá el sentido común y el interés general. Lo que está en el alero en estas elecciones repetidas del 26 de junio es el escalafón de la izquierda. Si Pedro Sánchez continúa dando palos de ciego y equivocándose de adversario y de estrategia, corre el riesgo cierto de que Pablo Iglesias acabe liderando la izquierda en España. Si el PSOE cae a la tercera posición en la tabla –el límite está en los noventa escaños– él no tendrá más remedio que recoger sus papeles y sus prendas personales en la sede de Ferraz esa misma noche.
Posiblemente, entonces la nueva dirección socialista no solamente cambie de líder sino también de talante, y se acaben los vetos, causados por resabios del pasado y propios de la inmadurez política.
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