M. Hernández Sánchez-Barba

El bosque

Afirmo ante todo que esto es una reflexión de recuerdo y admiración intelectual por la entusiasta sabiduría de mi ilustre amigo, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Salamanca, don Francisco Llavero y Avilés. Recuerdo con profunda reverencia y respeto sus intervenciones en conferencias, coloquios y tertulias de saberes científicos sobre la integración de las tres dimensiones constitutivas del hombre: genoma, cerebro y personalidad, con una ineludible cuarta dimensión, el mundo ambiental que condiciona en gran medida el proceso histórico de los hombres. El comportamiento humano presenta dos facetas bien diferentes en lo individual y en su actuación en masa. Citaba una frase del estadista ateniense Solón, uno de los siete sabios de Grecia: «Cada uno de nosotros camina individualmente con la precisión de un zorro. Constituidos en masa, actuamos en forma imprudente y osada». Todas sus reflexiones científicas quedaron recogidas en «El hombre y su genoma: híbrido singular, creador y tanático» (Madrid, 2003). En él, después de estudiar «ese gran desconocido que es el hombre, en la dimensión de los últimos conocimientos, siempre basados en la penúltima certidumbre», incluyó un capítulo que consideraba «cuarta dimensión» y consiste en la valoración del «medio ambiente», centrado de modo fundamental en la cultura, en la que se afirma la Naturaleza.

La llamada «cruzada del doctor Llavero» hace referencia a la campaña por la repoblación forestal, que detalló en 1963, y veinte años después fundó una Asociación de defensores de los bosques. Su entusiasmo procedía de la aparición del libro de Paul Chinard «L'Homme contre la Nature», en el que se promueve la urgente necesidad de defender la «génesis», voz griega que significa «generación», que Moisés, profeta de Israel, hace en el Pentateuco sobre la historia de la Creación de todas las cosas para el hombre. La luz, las aguas, la floresta, con las plantas, los árboles, el bosque...: «Ved, que os he dado todos los árboles, los cuales tienen en sí mismos simiente de su especie, para que os sirvan de alimento a vosotros».

La historia del bosque coincide con los fundamentos de la Cultura y con el desarrollo de la Civilización. Los más antiguos poetas conservaron la tradición según la cual el hombre nació en el bosque, alimentándose de frutos salvajes y bellotas; en un segundo momento histórico, al domesticarse los animales salvajes, el bosque dejó de ser fuente única de subsistencia y fue preciso crear espacios para pastos y, en aquellas estaciones en que el sol calienta menos y se ha descubierto el fuego, además de la deforestación para pastos, se talan árboles y arbustos para calentarse. La lucha del hombre contra el bosque se intensifica y, en una tercera etapa, cuando hubo que crear espacios para la construcción de aldeas, villas y ciudades, aumenta la tala de árboles. Inmediatamente, la necesidad de construir vías de comunicación: senderos, caminos, puentes, eras y terrenos comunales de los municipios, se talaron de nuevo los bosques; y para tallar vigas maestras para el armazón de las casas y las mansiones. Desde los primeros tiempos hasta la modernidad, el bosque ha ofrecido al hombre una doble condición y un carácter de defensa y de progreso: unas veces la anhelada seguridad, que en ocasiones podía transformarse en miedo e inseguridad; en otras, puede suponer un considerable peligro de quienes estén allí refugiados por haber huido de la Ley, por no haber querido participar de la estructura histórica que inicialmente les había cobijado. Existe un escalonamiento en la voluntad humana respecto a los bosques que, sin embargo, han ejercido una poderosa influencia en las sociedades humanas. En 1661, Colbert de Croissy exclamó ante Luis XIV: «La falta de bosques hará morir a Francia»; y la historia marginal y mítica de Inglaterra sería ininteligible sin las características sociedades que se instalaron en sus bosques.

La literatura, que es una intermediación creadora entre Naturaleza e Historia, expresa emocionalidad en el recuerdo en los géneros «lírico», «épico» y «dramático». La literatura ha convertido al bosque no sólo en lugar de atención estética, sino también en lugar sagrado, dedicado al culto a los dioses, en modo de templos a la intemperie: en la mítica «Rama Dorada», de sir James George Frazer, en Escandinavia; en Grecia, donde el bosque de Dodona estuvo consagrado a Zeus; en Roma, en el bosque de Vesta, cerca del Foro; en los bosques de la ninfa Egeria, donde cazaba Diana. También las epopeyas occidentales, como «La Chanson de Roland» o «Los Nibelungos», donde los héroes se transforman por la fama. En el «Cantar de Mío Cid» el robledal de Corpes sirve al autor del poema para convertir en irreal la afrenta cometida a las hijas del Cid. Así pues, la literatura aporta múltiples efectos que Umberto Eco ha sabido recoger en su obra «Los bosques narrativos».