Debate de investidura

El cónclave

La Razón
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Comenzó a ronronearse el nombre del cardenal Montini, arzobispo de Milán, para la silla de San Pedro, y los más lerdos de los falangistas españoles le coreaban por la calle como «Tontini». El conde de Foxá, que ni era lerdo ni tonto, hizo una ironía en un salón: «Si la paloma del Espíritu Santo se posa sobre la cabeza de monseñor Montini yo me haré del club de tiro de pichón». Las molestias y los trabajos los tuvo que sufrir el entrañable cardenal Tarancón. Se dieron cónclaves interminables en los que a la clausura litúrgica se añadió la prohibición de no pasar otros alimentos que pan y agua, y aún así tardaron días en arder en la chimenea la paja seca de la fumarola blanca. Concordar un presidente de Gobierno no entraña las complejidades metafísicas de designar un sucesor de San Pedro, pero comienza a parecer idéntico empeño. Políticos creen lustrarse endemoniando los problemas, y otros, a gracias los más, que buscan su simplificación y, especialmente, no creándolos donde no los había. Ahora se han apelotonado los primeros interpretando que el artículo 99 de la Constitución obliga a Mariano Rajoy a someterse a su investidura aherrojado y acompañado de la Guardia Civil, si fuera menester. El Derecho Natural, en el que se apoya la Declaración Universal de Derechos Humanos, prevalece sobre el Derecho Constitucional, el escrito, el positivo y hasta el consuetudinario. Nada puede hacer someterte a la gracia de una Cámara representativa, y menos cuando tienes a los leones sentados en el hemiciclo. El futuro mediato es inescrutable y solo se sabe que si Rajoy cuenta con los votos necesarios o las abstenciones imprescindibles solicitará su investidura en nombre de todos. De lo que hizo Pedro Sánchez pretendiendo ser investido solo se pueden inferir dos cosas: o que al contrario del gallego cree en las meigas parlamentarias o que hizo pamema, paripé, trampantojo y gatuperio para hacerle perder tiempo al país y arrellanarse como secretario general de su partido sin otros beneficios que los personales. El factor humano siempre cuenta, más en la juventud, y aunque sea un juicio de intenciones cabe suponer que su cohorte ahora le susurra que no debe ser él el primer pretendiente en descabalarse de una investidura, y que Rajoy debe también morder ese polvo. Rajoy ha de presentarse con los votos y las abstenciones ante notario, o dejar como en la anterior ocasión que talle otro en este cónclave.