Francisco Marhuenda
El despropósito de Mas
Artur Mas ha entrado en una espiral egocéntrica y disparatada de consecuencias destructivas. No hay nada peor que un mediocre al frente de una institución y los catalanes sufrimos ahora sus consecuencias. No sólo ha conducido a Cataluña a un callejón sin salida con una permanente confrontación con el resto de España, sino que ha conseguido destruir la alianza entre CDC y Unió, que tenía 37 años de historia en común. La torpeza es tan grande que causa estupor. Mas se considera el elegido para llevar Cataluña a la independencia, algo que no consiguieron Macià, Companys o Pujol, pero tiene la fe del converso. El heredero político de Pujol ha querido eclipsar al padre porque nunca fue nacionalista y ahora se siente guiado por un fervor místico que ha provocado un retroceso generalizado y permanente de CiU.
El sector más nacionalista de CDC siempre quiso liquidar la alianza con Unió y detestaba a Duran Lleida. Durante años he oído auténticos disparates contra el líder democristiano, algunos imposibles de reproducir por la crudeza y grosería con que trataban a su socio. Las relaciones de Duran con Mas eran muy malas y la ruptura era la crónica de una muerte anunciada. Pujol siempre supo mantener un equilibrio en unas relaciones en las que Unió tenía un papel subordinado, aunque con un peso nada desdeñable dentro de la coalición que luego se convirtió en federación.
Mas supo ganarle la partida a Duran Lleida y gracias al apoyo de su padre, un empresario amigo de Pujol con cuentas en el extranjero como muestra de su fervoroso patriotismo, escaló puestos hasta convertirse en el heredero. No hay nada destacado en su biografía, porque consiguió los cargos gracias al apoyo de la familia Pujol, porque era un «chico agradable y educado». No fue capaz de ver la corrupción de la familia y nada sabía del famoso 3 por ciento. Era «Arturo, sí señor», aunque resulta increíble pensar que nunca supo nada. Estuvo en las consejerías más importantes y trató con la inmensa mayoría de los empresarios, pero quiere que creamos que nadie nunca le dijo nada. Mas es un profesional del poder, que no tenía otro recorrido que estar a la sombra del pujolismo que tan generosamente le recompenso.
La ruptura con Unió es una nueva muestra tanto de su radicalismo independentista como del mesianismo que le embarga. El retroceso de su formación desde que se ha alejado de la centralidad debería iluminarle para hacer justo lo contrario de lo que está haciendo. El problema es que Mas no se juega nada porque se ha convertido en un funcionario de la política y sólo le interesa satisfacer su tozuda obsesión independentista. Se considera un héroe, un gran patriota, porque tiene una corte de corifeos que le aplaude todas sus ocurrencias. El barco se hunde, pero no le importa, porque es el protagonista.
Mas nunca fue independentista y era un tibio nacionalista cuando intentaba trepar en la Administración catalana. Era uno de tantos directores generales que trataban a Pujol con un respeto reverencial. Era un alto cargo gris y anodino que tenía el aval de su padre y la simpatía de la familia más clientelar de la historia de Cataluña.
Ahora ha decidido un camino propio de un iluminado en el que todo el mundo se tiene que someter a la voluntad del «presidente» como si fuera un monarca absoluto. Duran Lleida no se ha sometido a su voluntad y lo «expulsa» con malas formas. Como buen hijo de la burguesía advenediza, ha tratado a los de Unió como a las «chachas».
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