Alfonso Ussía

El Duque

Con motivo del fallecimiento de la duquesa de Alba se ha vuelto a hablar de su primer marido, Luis Martínez de Irujo y Artázcoz, fallecido en Houston como consecuencia de una leucemia durante el esplendor vital e intelectual de su vida. Murió con 53 años, dejando una memoria de señorío que guardamos todos los que tuvimos la suerte de tratarlo y conocerlo. Madrileño con todas sus raíces vascongadas, hijo de los duques de Sotomayor. Su padre, don Pedro, antecedió al duque de Alburquerque en la Jefatura de la Casa del Conde de Barcelona, Jefe de la Casa Real en el exilio, Rey de Derecho y no de hecho, cumplidor de todos los deberes. En el interesante libro «El Saltillo» del conde de Zubiría, en el que se narra con precisión el encuentro en altamar, a la altura de Igueldo, de Don Juan con Franco, se hace especial mención al monumental mareo que el duque de Sotomayor padeció en la singladura, en un día de fuerte nortazo. En el almuerzo a bordo del «Azor», mientras Franco y Don Juan hablaban de Don Juan Carlos en presencia del Infante Don Jaime, Nieto Antúnez, Danvila, Pedro Galíndez –propietario de «El Saltillo»–, Real de Asúa, Jesús Corcho y el general Martín Alonso, el Jefe del Estado se fijó en el desafecto gastronómico del duque de Sotomayor. El menú a bordo de aquel 25 de agosto de 1948 consistió en «entremeses, huevos a la americana, ternera Benicarló con patatitas Duquesa, bizcocho helado y palitos de hojaldre».

Se dirigió Franco a Don Juan: –Alteza, el duque de Sotomayor no ha probado bocado–; –Mejor, General, porque si lo hace, suelta la pota–.

De su padre, Luis Martínez de Irujo aprendió la lealtad. Y ya casado con Cayetana Fitz-James Stuart, hija única del duque de Alba, puso en marcha su plan de ordenación patrimonial de la Casa y su posterior Fundación. Se habla de la gran cultura de Jesús Aguirre, segundo marido de Cayetana. Aguirre fue un hombre culto, un jesuíta secularizado, divertidamente cínico e irónico. Le gustaba presumir de sus conocimientos. Luis Martínez de Irujo, fue todo lo contrario. Siempre discreto, jamás intentó ser más que los demás o demostrar que sabía más que su interlocutor. Se trataba de eso que se llama una buena educación. Erudito en Historia, Arte y Numismática, que le interesaba especialmente. Académico de Bellas Artes, de cuya Real Academia fue designado Director. Y en 1972, el mismo año de su fallecimiento, Presidente del Instituto de España en sustitución del marqués de Lozoya. Fue también la mano derecha en el exilio, como Jefe de su Casa, de la Reina Victoria Eugenia, viuda de Alfonso XIII.

Pero su gran trabajo, ya como duque de Alba, –nadie le llamó «duque consorte» mientras lo fue–, lo resumió en la recuperación y documentación del archivo y patrimonio de la Casa de Alba, y en la creación de la Fundación que garantizaba el mantenimiento de su esplendor. Descansaba poco, y cuando tenía la oportunidad de hacerlo, se instalaba en «Arbaitz-Enea», su casa de San Sebastián, heredada del legado de su padre y de la que su mujer, la duquesa de Alba, se enamoró profundamente. «Arbaitz» de Arbaiza, «La Casa del Henar», en lo alto de la ciudad mejor dibujada por la mano de Dios.

Luis Martínez de Irujo, duque de Alba, tuvo seis hijos. Los que están y viven. Carlos, Alfonso, Jacobo, Fernando, Cayetano y Eugenia. Plantó centenares de árboles. Escribió, leyó y recuperó miles de libros. Pasó por la vida como un gran señor, cultísimo, discreto, educado y siempre amparado por su buena educación y cortesía. Fue el más culto de los duques de Alba, y con todo el respeto que me merecen Jesús y Alfonso, los posteriores, fue el Duque por definición. Hora es que se le haga justicia y sea recordada como merece su formidable figura.