Cristina López Schlichting
El fin de la palabra
Esta pantomima ridícula, este juego de sombras chinescas, este estrambote al que estamos asistiendo en política, me da mucha vergüenza. Los representantes de los pueblos son como sus pueblos. De ellos nacen y desde ellos ascienden al poder. Grecia ha padecido a Varufakis porque es, en buena medida, como él. Es el origen de sus trampas financieras o de su convicción de que todo era negociable en la Unión, de que la ley es papel mojado. El ministro de finanzas griego aparecía en camisa ceñida en Bruselas, como defensor de los pobres, y luego salía en las revistas francesas posando con su mujer rica en el palacete frente al Partenón. Un hipócrita. Los nuestros, nuestros políticos, son embusteros. Es hora de plantearse por qué mentimos tanto y si realmente compensa patear la verdad. Fíjense que no soy especialmente moralista. Defiendo el derecho de la gente a cambiar de opinión y hasta de bando, y el de todos a rectificar. Comprendo al Rajoy que tuvo que subir impuestos en lugar de bajarlos, al encontrarse el tomate de Zapatero. O al Felipe González que pidió la salida de la OTAN y después, en el poder, se dio cuenta de que Europa sin Estados Unidos carecía de sentido, en plena Guerra Fría. Pero ahora no es eso. La última campaña electoral ha sido una sarta de embustes sin rebozo. Pedro Sánchez gritaba que nunca pactaría con los populismos, y ahora lo vemos haciendo paseíllos con Iglesias. Rivera repitió que nunca pactaría gobierno con ninguno de los partidos grandes, ni con PSOE ni con PP, y ahora ha firmado hasta un pacto escrito con el socialista. Los de Podemos abominaban de la casta y ahora conversan de posibles acuerdos. Buff, es difícil saber qué ocurrirá en España pero, como cronista, es imposible basarse en las declaraciones, que se parecen después a los hechos como un huevo a una castaña. Por ejemplo, cabría pensar que a Iglesias le repugnan los acuerdos con los demócratas –lo suyo es el bolivarianismo–. O que a Albert Rivera lo último que se le ocurriría es hacer concesiones a Podemos para beneficiarse de su apoyo. O que el PSOE no va a jugar con la autodeterminación de Cataluña. Cabría pensarlo, pero no hay posibilidad. En España ya no hay certezas. Los discursos políticos apenas dan para las noticias de hoy, para el artículo fresco de tinta. Luego mueren y sus dueños... cambian. Quien crea que todo esto no nos va a pasar factura se equivoca. La verdad es la verdad, la digan Agamenón o su porquero. Y los pueblos que toleran a los mentirosos serán gobernados con la mentira. Se les prometerá lo imposible, se les darán cifras falsas, se acordarán pactos secretos a sus espaldas, se creará una falsa ilusión que, al derrumbarse, deje pobreza, sufrimientos, debilidad y, por supuesto, desprestigio.
✕
Accede a tu cuenta para comentar