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El final del «sanchismo» enmaraña al PSOE

La Razón
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Desde Ferraz han desplegado una estrategia para ganar tiempo ante la presión externa e interna de cara a la investidura de Mariano Rajoy. Cosa diferente es cómo les ha salido. Porque la mudez de Pedro Sánchez, que incluía unos días de descanso en Mojácar, lejos del circo político, en realidad ha abierto tal alud de declaraciones de dirigentes y barones regionales socialistas que la imagen transmitida es que el partido es una jaula de grillos donde todos campean a sus anchas. Cierto: nunca en su historia el PSOE obtuvo peores resultados electorales. Por ello, como es lógico, los muros de contención que rodean al líder del PSOE son cada vez más enclenques, si bien –sonrisas de la fortuna– nunca menos escaños tuvieron tanto significado como pilar central para desatascar el bloqueo institucional que vive España. Paradójicamente, sin embargo, en vez de jugar esa baza con inteligencia para apuntalar una formación política que se desquebraja, la actual dirección socialista, en unión con los barones más próximos al secretario general, vuelven a colocar en el terreno de juego la pelota de una futurible lucha de Sánchez por La Moncloa si al final Rajoy no es capaz de sumar a los afines para ser presidente.

Hay pocas dudas acerca de que Sánchez busca, con esa calculada huida hacia adelante, atrincherarse mientras la sombra de una nueva guerra civil planea sobre el partido que encarna o debería encarnar en España la socialdemocracia. La mitad del PSOE, si no más, está ofuscada pensando sobre todo en la manera de reconstruir orgánicamente el partido para volver a ser una alternativa creíble de gobierno. La mayor parte de las fuentes consultadas coinciden en señalar como único camino un próximo Congreso Federal (que, concuerdan, va a ser «impredecible» y «con varios candidatos»). Y por más que se insista en destacar que no son los nombres lo importante, el baile de posibles aspirantes se ha animado con el regreso al escaño de Eduardo Madina, la voz que con mayor contundencia ha lamentado la debilidad de sus siglas después del 26-J: «El PSOE fue inventado para ser el primer partido de España, no el primero de la izquierda». Inclusive Patxi López, otro notable visto con posibles, parece más interesado en las cábalas internas de su formación, las que vienen y van, que en una cada vez más lejana posibilidad de mantener la presidencia del Congreso. «Nosotros estamos haciendo las maletas», confiesa su equipo en la Carrera de San Jerónimo.

Entre los dispuestos a apoyar a Madina estarían en esta ocasión dos barones destacados como Susana Díaz y Ximo Puig, unidos por su enemistad con Sánchez. La cabeza y los afanes de la andaluza y del valenciano embisten para apartar de la circulación política a quien hoy es su secretario general. Basta con escuchar la entrevista de Puig de esta semana en la Cadena COPE para calibrar el camino escogido por el presidente valenciano para llegar a Roma. «¿Es Pedro Sánchez el futuro?», le preguntaron. Tras cuatro eternos segundos de silencio, no tuvo compasión: «Hay que reflexionarlo todo». Paralelamente, me cuentan, el ruido de sables crece en el seno del partido de la mano del propio Felipe González, siempre con Díaz al otro lado del teléfono. La antipatía de González hacia Sánchez ha subido decibelios estos mismos días. Los recados desde la maquinaria de Ferraz, desdeñando el llamamiento del ex presidente a un entendimiento del PSOE con el PP y tratándolo como «una voz más», no serán olvidados con facilidad por quien lo ha sido todo en el PSOE y tiene longa mano para cargar la Gran Bertha del grupo PRISA. Con este escenario enfrente, Pedro Sánchez busca continuar la partida con la misión casi imposible de frenar el deseo de los pesos pesados socialistas de pilotar una nueva transición en el PSOE con otro líder capaz de volver a conectar con la sociedad. Complicado, sin duda. Aunque el tiempo dará y quitará razones.