Alfonso Ussía
El helipuerto
Ignoro si en los jardines del palacio de Miraflores hay un helipuerto. Intuyo que sí. No conozco sus dependencias como Zapatero, Iglesias, Monedero, y los etarras allí contratados. Por desgracia, aún faltan más energías indignadas para que Maduro huya de la ira de la Venezuela masacrada, hambrienta y por otra parte, esperanzada. Cuenta con la fuerza de su Ejército –que ha iniciado su desmoralización–, y las turbas paralimilitares de sus esbirros. Cuenta con el apoyo de los francotiradores cubanos. Cuenta con la lealtad del narcotráfico. Pero Maduro no es más fuerte de lo que fue Ceaucescu, ni el pueblo de Venezuela más sometido que el rumano. Al revés. Rumanía soportó con mansedumbre cuarenta años de tiranía comunista hasta que estalló. Y Venezuela responde y protesta pacíficamente todos los días para recuperar su soberanía pisoteada. En Rumanía no se conocían las torturas ni se publicaban los nombres de los asesinados. En Venezuela, todavía sí. Más de dos millones de venezolanos han salido a la calle para reclamar su libertad. Y alguno no ha podido volver a su casa. Su vida por Venezuela se ha dibujado en sus cabezas acribilladas por los disparos de los asalariados del terror. Cuando Ceacucescu apareció en la terraza de su monumental palacio, creyó que el pueblo se había reunido allí para manifestarle su adhesión. Lo hizo acompañado de su mujer, Elena, tan asesina o más que su marido. Y ahí estaban cuando oyeron lo que el pueblo les decía: ¡Drácula, Drácula! Incomprensible. Cuarenta años mudos, y lo primero que gritan es ¡Drácula! Al helicóptero. Los pilotos del helicóptero les saludaron militarmente, y en lugar de orientarse hacia zonas más seguras, lo hicieron hacia un lugar boscoso, en uno de cuyos claros, aterrizaron. Y fueron detenidos, juzgados sin garantías y finalmente fusilados en un corral indecente. En Venezuela nadie quiere asesinar al asesino. Quieren que se vaya. Que devuelva los miles de millones de dólares robados al hambre de Venezuela. Que se marche con su banda de forajidos, sus generales narcotraficantes, sus asesores criminales y sus cómplices. Venezuela desea la libertad, no la venganza. Y el orden constitucional, no la tiranía. Venezuela pide la libertad de sus presos políticos, que ya superan el centenar. Maduro puede tener más suerte. Un helicóptero cubano le garantizaría el asilo en Cuba. Pero le recomiendo que no confíe en pilotos venezolanos. Pueden hacer con él y su Cilia Flores lo mismo que los rumanos con Ceaucescu y su Elena. Cada muerto en la calle, el helicóptero calienta los rotores de sus hélices. Cada acto de matonismo callejero, el helicóptero se prepara para recibir al responsable máximo de la ira popular. Y aquí nadie ha dicho nada. Nadie de los que son mucho en Venezuela. Zapatero, Iglesias, Monedero, Montero, Verstrynge, y demás fantoches amigos de la dictadura. Si tenían previsto algún viaje a Caracas, harán bien en cancelarlo. Caracas no está para visitas indeseables. Caracas tiene millones de ojos pendientes de reconocer a quienes han sido cómplices y beneficiados de sus verdugos.
Tenga bien dispuesto el criminal Maduro su helicóptero. Le hará falta. Y no en mucho tiempo. Cuando la auténtica indignación –no la programada, subvencionada o planeada–, se apodera de una sociedad que sólo desea volver a ser libre, no hay balas, ni proyectiles, ni carros de combate, ni motoristas armados, ni masas compradas, ni muertos en las calles que impidan la resistencia. En Granadinas esperan a Maduro y Cilia, y a los generales narcotraficantes, y a los asesores deleznables y a los que han contribuido a la ruina económica y social de Venezuela.
Les deseo mejor suerte que la de los Ceaucescu.
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